viernes, 28 de mayo de 2010

Cómo sonreír con la boca llena



Nunca se me ha dado bien la fotogenia. Soy de esas personas que parezco otra cuando la fotografían. Y no es que lo diga yo, que ya se sabe la inconformidad humana con nosotros mismos; me lo han dicho muchas veces, y además es evidente, porque siempre salgo más gorda, con la boca torcida, o con el pelo más oscuro e, invariablemente, mi cara hace un gesto que me da la cualidad de haber sufrido una parálisis facial o estar sufriéndola en ese momento.

Será que no hay cámara fotográfica (ni avanzado objetivo de teléfono móvil) que no suelte el destellito del flash, mientras la miras confiadamente y, claro, mis delicados e inquietos ojitos reaccionan cerrándose, moviéndose o invitando a todo músculo del rostro a hacer alguna mueca desfavorecedora. En fin, que no, que no quedo bien en las fotos.

Pero, hete aquí, que revisando viejas exposiciones familiares, he descubierto un pequeño milagro: ésta fotografía en la que sonrío y quedo bien…, casi bien, o al menos, tal cual soy, o tal cual era hace unos años. Eso pensé al volver a verla, mientras juzgaba ya lo rara que se veía mi boca; y entonces vino a mi memoria el momento en que me hicieron esa fotografía. Estaba comiendo,¡tenía la boca llena, en pleno proceso de masticación de bocado de festín! No sé si es suerte o desgracia que la única fotografía en donde te reconoces sea la que tendría que estar más distorsionada por la eventualidad del momento.

Andábamos ya por los segundos platos, cuando al dichoso fotógrafo se le ocurrió empezar la ronda de flashes frente a cada comensal. Es de esas ocasiones en que no adviertes nada -concentrada en el plato porque, sorprendentemente, la comida de menú colectivo está deliciosa- pero el tipo de la cámara ya llevaba un rato de mesa en mesa, fastidiando al personal que, primero le mira estupefacto, luego duda entre sonreír o mandarle a la mierda, y por último opta por obedecer a la orden “sonría” y se deja disparar un destellito cegador en plena cara.

Y, claro, me pilló a traición, sumergida -ya sabéis mi afición por sumergirme en todo- en plena salsa de champiñones con queso. Recuerdo el codazo de mi pareja, intentando sacarme de mi sopor culinario y que posara con él. Miré con el consabido estupor al inoportuno de la cámara, estuve a punto de protestar y mandarle que volviera luego, pero envié de un lengüetazo el trocito de pan con salsa al fondo de la mejilla, y me dejé envolver por el brazo amoroso de mi cónyuge y ¡hala, foto!. Esa fotografía en cuestión no sé como salió, porque no he vuelto a verla; pero es que la cosa no acababa ahí, y el buen hombre -con una expresión de socarrona satisfacción que tiraba de espaldas- se empeñaba en fotografiar uno a uno a los miembros de cada pareja. Así que a repetir foto, con el bocado paralizado en el interior de la boca e intentando sonreír cual modelo que se divierte.

Tras esa semi-sonrisa y esos ojos que miran alegremente a la cámara, hay una sucesión de pensamientos nada halagüeños. Recuerdo que lo primero que pensé fue: “Tú gasta carrete, que no te compro la foto, verás”. Y, después, mientras el tipo encuadraba, se entretenía y comprobaba no sé qué indicadores, “no, si ya te lo estás pasando bien mientras se me enfría la carne con salsa”…,acompañado de un epíteto que me reservo.
Al fin llegó el clic, y el inevitable fogonazo blanquiazulado que siempre me deja ciega por un par de segundos.

No sé qué pasará por la cabeza de un fotógrafo de celebraciones y convenciones, pero todos tienen aire de estar profundamente decididos a ejercer su poder de interrumpirte e inmovilizarte cuando quieran, para la posteridad.

Da igual que estés en medio de una comilona, una conversación, riéndote por fin de algo gracioso, o en pleno proceso de alcanzar la puerta del baño con necesidad urgente; el tipo de la cámara llegará y te dirá aquello de “foto”, agarrándote del brazo incluso, si es preciso o así lo considera. “Oiga, es que tengo que ir al excusado”, le dirás, viendo ya la ocasión de escapar y precisándola. Pero él te contestará, amablemente autoritario y como si le estuvieras regateando el pan y la sal de la vida: “Es un momentito”, y ¡zaca!...Si en ese momento no te orinas piernas abajo, puedes sentirte afortunada.

He llegado a pensar que lo que hacen es vengarse del hecho de que, supuestamente, tú y los demás –a excepción de los camareros- estáis ahí para divertíos y celebrar algo, y él está para trabajar. Seguramente solo pretende tener muchas fotografías, porque ese es el negocio, y a más fotografías del mismo sujeto, más posibilidades de que acabe comprando varias….Pero es que esa teoría es errónea. ¿No se dan cuenta, los avispados fotógrafos de fiestas, de que agradecerías más un par de fotos donde salgas admisiblemente agraciado o agraciada, que una docena que te han jorobado otros tantos momentos y que, encima, son como si tuvieras una afección nerviosa en la cara y los ojos metamorfeándose en los ojos rojos de una rata?...Pues, no.

Por eso, esa fotografía es un pequeño logro personal. Al margen de que las “instantáneas” jamás reflejan la verdad de un ser humano, ni física, ni carismáticamente, en esa en concreto conseguí parecer yo,en un momento complicado para mi rostro y expresividad. Estoy pensando en analizar más a fondo el momento, para crear un manual: “Cómo sonreír con la boca llena”.

martes, 25 de mayo de 2010

CALOR






Hace calor. Las peores cosas le han pasado cuando hace calor; será casualidad, pero lo tiene confirmado a lo largo de cuarenta años de vida.
Un verano la dejaron en casa de sus tíos, siendo niña, y luego entendió que sería para siempre porque sus padres no iban a volver. Se los llevó un accidente en una curva de la carretera.

Un día tórrido de Agosto supo que tendría que renunciar a sus estudios y a sus sueños de ser abogada, porque el "Predictor" dictaminaba que estaba embarazada, sin desearlo...Otro accidente.

A mediados de un mes de Julio, hacía ya ocho años, murió su mejor amiga, su única amiga. Ese día tuvo también la certeza de que se había quedado sola en el mundo. Sola con su hijo, sola con Gabriel.

Hoy vuelve a hacer calor y vuelve a sentir ese desasosiego extraño y premonitorio de cuando pasaban "las cosas malas".
Deja de mirar la calle desde la atalaya de su balcón y entra en la casa, limpiando el sudor de su frente con la palma de una mano. Siempre se pone nerviosa cuando Gabriel tarda en llegar desde la Universidad pero, en éste día, esa inquietud que tanto teme aumenta su aprensión.

"¡Que no le pase nada!", ruega para sus adentro, mientras termina de lavar los platos. Se siente tonta, se siente culpable de tener esos pensamientos negativos que la mortifican, y se empeña en un inútil monólogo mental para convencerse de que se está preocupando por una trivialidad. Le sobresaltan un par de veces los ruidos del ascensor, deteniéndose en su planta del edificio. Nunca es él, y eso le produce más tensión y más mal humor. Sale de la cocina, y se sienta en su sillón favorito, a esperar.

Empieza a caer la tarde, y está cansada de marcar el número de su hijo en el teléfono y oír el enervante mensajito de que no pueden comunicarle con él. Está angustiada y triste, sin saber a quien llamar para reclamar ayuda, para saber qué hacer. Se pasea por la casa que parece estrecharse poco a poco, ahogándola aún más. Vuelve al sillón, y con gesto mecánico enciende el televisor, mientras oculta la cara entre las manos y deja que salga el llanto, extrañamente liberador en medio del miedo.

Desde el aparato le llega la voz de un presentador, otro de esos concursos de media tarde; apenas lo escucha hasta que le oye decir:

- Y, ahora, la última pregunta para Gabriel Fernandez. Puede significar la nada despreciable cantidad de ¡quinientos mil euros! de nuestro premio mayor, o nada.-

Mira incrédula la pantalla, aunque las lágrimas apenas le dejan ver. Borrosamente, distingue en primer plano una figura familiar, un rostro de peculiar sonrisa y gesto un poco tenso, aquella manera de fruncir las cejas de su hijo, cuando se concentra en algo…”¡La madre que lo parió!”, exclama, auto-mencionándose; y fija toda su atención en lo que se está desarrollando en el televisor, en riguroso directo.

-¿Quién fue el rey merovingio que unificó los reinos francos, nombrando a París como su capital?- dice el presentador, y la cámara se aproxima al juvenil rostro de Gabriel, al ritmo de una musiquilla apremiante.

Ella se muerde las uñas sin darse cuenta, no quita ojo de la imagen en tanto que su mente quiere distraerla pensando en porqué él no le ha dicho que iba a ir al dichoso concurso, porqué la ha tenido en ascuas y preocupada…,”¡ay, este hijo, que cosas tiene!”. El rostro pensativo del televisor rumia entre tanto la respuesta; ella distingue todas las pecas de esa cara, las conoce todas, y ese gesto de duda…¡farolero, sabe la respuesta!...Apenas acaba de erguirse, y el Gabriel de la pantalla dice pausadamente:

-Dagoberto I, hijo de Clotario II- y sonríe, iluminando más la imagen, mientras el público asistente se revienta las manos a aplausos, a una convenida señal del regidor.

Vocea incansable el presentador, una pequeña multitud cubre a Gabriel impidiendo que siga viéndole, pero ella solo siente como palpita su corazón y la cabeza dándole vueltas. Suena el teléfono y descuelga sin apenas enterarse; oye la voz de Cati, su vecina, gritando en su oreja enhorabuenas y explicaciones.

-¡Cuelga, cuelga, hija, que ya voy para tu casa!- le dice antes de que ella replique a nada. Y ella cuelga obediente, mientras en la pantalla vuelve a hacerse el silencio y el rostro de Gabriel vuelve a llenarla entera. Le escucha decir:

-Este premio es para mi madre, para que deje de preocuparse por el dinero, para que vea que aprovecho los estudios…Y porque es la persona más maravillosa de mi vida. Será el principio, mamá, la suerte nos cambia, ya verás.-

Aplausos, aplausos, aplausos, y ella que vuelve a llorar como una tonta, mientras piensa que algo bueno le ha sucedido, aunque haga calor.

El timbre de la puerta suena desaforado; irá a abrir, no quiere estar sola hasta que llegue Gabriel…Y por fin hay algo que celebrar.

domingo, 16 de mayo de 2010

Turismo interior





Soñaba con tierras exóticas, lejanos horizontes, idealizados encuentros con el misticismo oriental. Soñaba con hallarse a sí mismo en el otro lado del mundo, la guía de un maestro, la soledad de un asceta viajero. Imaginaba campos inmensos, soles dorados sobre paisajes de ensueño. Imaginaba ser acogido por otras culturas, la mágica cordialidad de gentes sencillas, de rostros broncíneos y ojos rasgados, que le ofrecerían lo que precisara, obsequiosos y un poco asombrados ante la ostentosa simplicidad del hombre occidental.

Por eso, cogió el tren aquella mañana, mochila al hombro, sintiéndose como un avezado aventurero de espíritu abierto que ha empezado su excitante viaje después de despedirse de su madre con un simple beso en la mejilla y muchas ganas de dejar atrás el terreno conocido. Del tren al avión, y del avión a la primera ciudad oriental.

Llegó ávido de novedades, pero solo había gente que corría, edificios que exudaban el calor apresado durante el día, un cielo de acero en lo más alto. Pensó con paciencia que sería mejor cuando estuviera descansado, cuando se abriera paso fuera del hormiguero cosmopolita y tristón. Encontró albergue en una calleja inmunda, donde una gente de socarrona sonrisa y falsa gentileza se quedó con un tercio de su capital a cambio de un cuartucho tétrico, no más grande que el armario de las escobas de su casa.

El jergón era duro, sucio y medio desmontado de tanto uso. Aún así, durmió aquella noche, aunque por la mañana no hubiera donde darse un baño y siguiera oliendo a la mezcla de rancios sudores desconocidos que le contagiara la cama, añadidos al suyo. Era igual, había que tomarse las cosas como venían, eso era aventura. Salió a la calle bajo un sol de plomo, y caminó en busca de algo que comer.

Al cabo de dos semanas, había recorrido medio país y traspasado a otro. El paisaje se confundía un poco en su memoria, no obstante: selvas inmensas, carreteras desiguales y eternas, transportes pésimos, horas de camino solitario y cansancio extremo…Y siempre aquél manto inmutable de calor húmeda y el constante zumbido de insectos. Su espíritu seguía igual de confuso, pero él había perdido unos cuantos kilos de peso.

En la siguiente capital tuvo más suerte; se topó con un grupo de occidentales, europeos y americanos, que practicaban algo parecido a lo que él había ido a buscar. Yoga, meditación junto a un río embarrado y somnoliento, cantos budistas…Y todo bajo la atenta y divertida mirada de unos niños y unas mujeres autóctonos que, aunque observándoles, no dejaban de atarearse en su quehacer cotidiano. Una de esas noches pegajosas y febriles, se dijo que aquello no se parecía más que una pantomima a su sueño.


Tras dos semanas más de destrozar sandalias y otro calzado más costoso, comer exóticos alimentos que le produjeron retortijones estomacales y no siempre demasiado placer gustativo, dormir sobre la cálida tierra o la palpitante humedad de la vegetación, observar el cielo buscando otro distinto al conocido, y preguntar por gurús y maestros que resultaron más lejanos de lo que imaginaba o simples ancianos desdentados y sonrientes, todos igual de desconcertantes, emprendió el regreso a casa. Atrás quedaron los grupos de yuppies-yoguis y sus seudo-filosofías para jugar a misticismos que no entendían; atrás quedó el tremendo calor que embotaba los sentidos, complicando el esfuerzo de ver y disfrutar del viaje; atrás dejó los paisajes de inusual belleza, reflejada mil veces en fotografías. Y, enterradas en una inaceptada decepción, sus ansias de acceder a su alma desde la historia de otros, desde la mística desconocida.

El mismo tren que se lo llevó, o uno muy parecido, le dejó en las cercanías de su casa. Anochecía. Un cielo cuajado de estrellas le recibió, como el despliegue de parpadeantes ojitos brillantes. Pensó, asombrado y hasta reticente, que era la misma hermosura que había observado en su viaje, tantas noches solitarias.

Caminó hacia el hogar familiar, tropezando varias veces con el saludo y la bienvenida de sus vecinos. Su madre abrió la puerta, sonrió ampliamente, y le abrazó. Él vio por fin su propia alma reflejada en aquellos ojos que lloraban de alegría. La había encontrado, solo tenía que explorarla.

lunes, 10 de mayo de 2010

ORACIÓN

Desear que, sin apego,
el amor no me abandone,
cualquier clase de amor,
y sepa hacerse notar
en todas las direcciones.






Esperar, sin obsesiones,

que la vida me permita
desenvolver ese sueño
que voy creando cada día.

Intuir que ha de cumplirse
la recompensa al esfuerzo,
a superar la caída,
a remontar el río oscuro
de la adversidad.

Sonreír aunque el llanto
baje libre por mi rostro,
porque, aunque algo me duela,
sé que la paz me libera
de mi encierro.

Confiar en la mano
que afectuosa se tiende,
saber que, aunque yo no quiera,
me va a ayudar y me entiende.

Caminar, bebiendo vida,
Eso es, para mi, rezar.

viernes, 7 de mayo de 2010

Pidiendo opinión, por favor

Safe Creative #1005176308355Queridos amigos que me leéis:

Hoy vengo con un favor que pediros. Diréis que es inseguridad en mi obra, pero..., si, es cierta inseguridad, bastante miedo y mucho prurito de apostar con la mejor baza. Veréis, me he decidido a enviar una novela mía a una editorial.., a una o a varias, según vengan los descartes. La cosa es que,aunque a mí me guste lo que he escrito (porqué lo entiendo y sé de qué va) no sé si es lo suficientemente potente para los ojos de otros lectores imparciales. Lo que os pido, a los que queráis, es que me deis vuestra sincera opinión sobre la muestra que publico a continuación..Es solo un trocito del principio. Es un dramón,os lo aviso.
Agradezco de antemano las buenas intenciones que seguro que me prestáis. Y disculpad la licencia.

Un abrazo.

LA BOFETADA


Conocí a Teresa cuando las dos éramos adolescentes, hace ya más de cincuenta años. La vida nos llevó por caminos distintos pero convergentes. Es triste pensar que ha sido ella, hasta ahora, la que más veces a necesitado de mí. Por ejemplo, hoy.

De nuevo he corrido a su lado, una vez más, y nada me pesa tanto como verla sumida en un dolor que parece imposible que pueda soportar cualquier ser humano. No dejo de mirarla desde que llegué, en silencio porque las palabras hace rato que se han acabado entre nosotras, y no me explico donde reside su fuerza. Su rostro expresa una agonía asumida, introspectiva, que oscurece incluso las arrugas que ha surcado el tiempo. Es el rictus de una mujer que ha vivido más de los sesenta y dos años que tiene, mil.
Y, sin embargo, me sorprende que una vez más sea capaz de levantarse de su asiento para recibir a alguien que llega, invariables los gestos contritos, y reciba los pésames y los besos en la mejilla esbozando esa sonrisa conformada que más parece una mueca de sus labios. Lleva así desde primera hora de la mañana, y está anocheciendo; yo no podría.
Esta mañana, en el taxi que me traía hacia aquí, no podía pensar en otra cosa que en el cúmulo de desgracias que ha sido la vida de mi amiga. Y en ese misterio insondable que para mí representa su forma de afrontarlas. Se me ocurre que otras mujeres, yo misma, en su lugar, incluso con menos motivos, ya hubieran perdido la razón, o hubieran intentado acabar con tan desastrosa existencia. No es para menos, pero aquí está ella, resistiendo.
Y aquí estoy yo, al cabo de los años, a su lado.


“Aunque no quiera, mi mente embotada se remite al pasado. Recuerdo otros años y otra vida en que Teresa era, más que mi mejor amiga, la hermana que nunca tuve. Una Teresa joven, más atrevida y llena de entusiasmo que yo, entonces.
Vivían nuestras familias puerta por puerta, en el mismo rellano, y ella y yo siempre estábamos juntas. Creía conocerla a fondo, en esa época, y estaba segura de que, si alguna de las dos tenía que conseguir lo que anhelaba en la vida, esa sería Teresa, sin ninguna duda.
Era ella la que me contagiaba la osadía propia de nuestra edad, aquella inacabable ansia de vivir. A su lado, yo, la tímida, la miedosa, era capaz de hacer cosas, trastadas de juventud, que no se me habrían pasado por la cabeza de otro modo. Como aquella vez, en que nos escapamos solas del baile, (terrible atrevimiento para la época), burlando la vigilancia protectora de nuestras madres que nos hacían de “carabinas”.
Era impensable en los años cuarenta y cincuenta, en España, que dos señoritas de bien anduvieran solas a ciertas horas de la noche, o entraran y salieran de un local público sin la compañía de alguien mayor. Pero, para Teresa, no habían horas prohibidas, ni temores, ni convecciones sociales. Y sólo porque quería pasear.
Anduvimos, aquella noche, acera arriba y abajo del Paralelo, riendo como tontas, desafiando las miradas curiosas de los pocos viandantes que nos cruzábamos, sintiéndonos trasgresoras y libres como sólo la juventud nos puede hacer sentir. La regañina de nuestros padres y el sofoco de nuestras madres no menguaron la satisfacción que nos produjo la escapada."

martes, 4 de mayo de 2010

Al final del día


Acabó la jornada laboral, un día más. Leti, la recepcionista, se desconecta de su auricular, recoge sus cosas y sale del mostrador pensando que “ya casi es de noche, el tonto de Mario no va a querer salir a tomar algo; y yo hartita de estar sentada aquí…,verás, como no entiende que tengo que estirar las piernas y distraerme un poco…Dirá que el sábado, siempre el sábado…,¡es tan aburrido!”.

Se cruza con el señor Gómez, mientras se contonea hacia la salida. Gómez, estirado dentro de su traje gris, saluda a la chica con un ademán, enfila hacia el parquing donde tiene su coche, y piensa en “este asunto del contrato con Gaesa no acaba de cuajar, va a complicarse, seguro. Tendré que ceder en algunos puntos, ¡siempre lo mismo!...y esta acidez de estómago, que me mata…¡asco de vida!”.


Detrás de él salen de un despacho Juan y David; ríen a la vez sobre algo que se están contando, parecen distendidos, pero Juan va pensando que “este siempre con sus gracias, pues no es para tanto; ¡que ganas tengo de quitármelo de encima!”. David afloja la sonrisa mientras camina junto al compañero y medita que “al menos a éste le hacen gracia mis ocurrencias….Si el jefe fuera como él, ya tendría el ascenso…, ¡lo que hay que hacer para triunfar!”.


Salen al exterior, donde el bus colectivo recoge a un grupo de trabajadores de la fábrica; se oyen risas roncas, voces elevadas que gastan bromas…, la mayoría va pensando en los problemas que le esperan en casa y en esa cerveza fría que quiere tomarse para relajar los músculos agarrotados, la presión de la cabeza embotada y dormirse cuanto antes, sin reflexionar en la parte de engranaje que son, en el sueldo escaso.


A sus espaldas, llega corriendo Sergio; sube al transporte en dos zancadas, cuando casi se pone en marcha. En el cubículo oscuro, los obreros van tomando posiciones. El joven avanza hasta el final, y se queda de pie, apoyado contra el ventanal trasero, mientras coloca en sus oídos unos pequeños auriculares y enciende el minúsculo artilugio que lleva la música hasta su cerebro. Sonríe para sí, aislado del entorno.

Suena una canción, extrañamente optimista, de un grupo rockero; algunos pensamientos pugnan por interrumpir su concentración en la música: el futuro inminente de ir a recoger el coche al taller, la preocupación por la enfermedad de su padre, el cansancio por el trabajo…; deja pasar los pensamientos, como nubes, sin detenerse a analizarlos, y sigue sonriendo, inmerso en la música que solo él escucha.


Sergio llega al taller de mecánica; es última hora, van a cerrar. Desea que su vehículo esté arreglado, que la factura no sea muy alta, que el hombre del taller no esté de muy mal humor…Sonríe abiertamente cuando ve al hombre renqueante, de mediana edad, acercarse a él.

-Hola, venía a recoger…-, el tipo le lanza una mirada ladeada, resabida.


-Si, ya sé, me acuerdo de usted. Iba a llamarle,¿sabe?,pero estábamos muy liados aquí y…- dice como a desgana.


-¿Algún problema?- interroga Sergio. Suspira el otro, con aire fatigado.


- Pues es que, son las juntas,¿sabe?; ya le dije que igual habría que cambiarlas, y aún no he podido ponerme a ello…Si me lo deja otro día, mañana estarán.-

Espera el hombre con el ceño fruncido, la mirada desafiante, el estallido indignado del cliente. Sergio vuelve a sonreír; dice, despreocupadamente:


-Entonces, mañana será. Gracias por su atención, es mejor ir sobre seguro,¿verdad?-

Las facciones del hombre se relajan, mientras una mezcla de sorpresa y alivio le arrancan el mal humor como una sombra que se aleja; devuelve la franca sonrisa, limpia su manaza en el pantalón y se la alarga a Sergio.


-Mañana sin falta, si señor. Y no se preocupe, que le haré un precio “arreglao”, entre currantes tenemos que ayudarnos, ¿no le parece?- dice, de repente jocoso y amigable.


Sergio sale a la noche de la calle, se para junto a un escaparate iluminado para marcar un número en su teléfono móvil, espera a oír una voz familiar.

- Hola, papá, ¿cómo estás?.- Ya no sonríe, una leve ansiedad le cambia la cara, escucha con atención. Luego, responde con tono alegre.
-Bueno,¿ves como estás mejor?, lo que tienes que hacer es no obsesionarte tanto, haz caso de mamá; ¡si ella lo hace por tu bien, lo de la dieta y tus medicinas!...- Ríe ante la respuesta, promete llamar mañana, comenta dos cosas más y cierra el aparato, guardándolo en su bolsillo mientras deja ir un suspiro resignado y reinicia la marcha.

Cerca de su portal, una pareja discute, un chico grita a una chica que van a ir a casa de sus amigos, ella se resiste, contesta a media voz, con gesto temeroso, que ella quiere irse a casa. Hace ademán de marcharse, y él la agarra bruscamente del brazo.


-¿No me has oído?, tú te vienes donde yo te diga…-le suelta a un centímetro de la cara, amenazante el tono.
Sergio pasa delante de ellos en ese instante, se detiene, pone una mano firme pero sin rudeza sobre la del joven que sujeta a la chica.


-Venga tío, ¿el que no oye eres tú?, te ha dicho que no le apetece-


El chaval suelta la presa, pero se gira hacia él. Adelanta el pecho, fanfarrón, indignado.

-¿Y tú que quieres?, ¿quién te dice que te metas en ésto,”gili”?- grita.


Sergio mira a la chica; le dice, tranquilamente:


-Anda, vete a casa, y piénsate si sigues viendo a éste amigo, parece que no coincidís mucho-

Ella le mira con los ojos muy abiertos, entre asustada, sorprendida, y halagada por su intrépido e inesperado mediador. Sonríe temblorosamente, se da la vuelta, y corre para cruzar la calle, mientras los dos hombres se miran cara a cara; uno resoplando agitadamente de furia y frustración, el otro sonriendo sin sorna.


- Oye, no te cabrees, la chica no estaba por la labor, hay que ser caballeros, tío. Mañana la llamas, te disculpas, y verás como va mejor la cosa….Tranquilo, de verdad …


Vacila el otro entre el inflamado orgullo y el efecto de las pacíficas palabras; mira fijamente a Sergio, abandona el aíre chulesco y dispuesto a la pelea y mete las manos nerviosas en los bolsillos.


-Vale, hoy te libras…, pero no vayas provocando, tio, no vayas provocando- dice a media voz, mientras agacha la cabeza y se va en dirección contraria a la chica.


Sergio llega a su apartamento. Las luces están encendidas, la mesa preparada para la cena, y un apetitoso olor inunda la vivienda. Él vuelve a sonreír, anuncia:


- ¡Gisela, cariño, ya he llegado!-

Mientras cierra la puerta a su espalda le llega un sonido metálico desde la cocina, surge una silla de ruedas y una chica hermosa y sonriente sentada en ella. Le alarga los brazos y él se funde en su abrazo, arrodillado a su altura; es un gesto familiar y reconfortante, hunde la nariz en la fragancia del pelo de la joven, huele a champú de fresa, juventud y sofrito.

-¿Ha sido un buen día?- pregunta Gisela a su oído.

-Muy bueno, cariño, muy bueno.- responde él.

domingo, 2 de mayo de 2010

MADRE:


Otro día "señalado" del calendario. Señalado a dedo por nosequién inventó el día y nosequien que lo instituyó.No soy muy partidaria de las fiestas de calendario,desde hace un tiempo. Prefiero celebrar mis propias fiestas,y si se repiten a lo largo del año,mejor. Pero hoy, hoy que dicen que es el día de la madre...



También dicen que ya no estás, y te siento viva. A mi lado me hablas en susurros, siempre tan dulce. Sigues siendo como una niña, con mucha sabiduría; la que te dio el último año con nosotros,sobre todo. Tú supiste antes que nadie que pocas cosas valen la pena, y esas pocas cosas son lo que somos. Decías sonriendo y segura que eras feliz, y luchaste por esa felicidad dándonos una lección a los demás.



Miro atrás, y te veo junto a mi; siempre dispuesta para el mundo de los que amabas, menos para el tuyo propio. Lo acotaste, en nuestro favor, y no siempre supimos pagarte el sacrificio. Tampoco fuiste perfecta,pero supiste crecer, en el último momento, dar el "estirón". Inolvidable tu ternura, inolvidable tu mirada.


Sé que estás a mi lado,te presiento en la noche, calmando mis desvelos. A veces oigo tu voz diciendo "calma,todo está bien", y sé que tienes razón, aunque lo atribuya a un sueño, me calmo. Como cuando era niña y me refugiaba en tus brazos,te siento acariciando mi mejilla. Sabes que todo está bien, como tiene que estar, e intentas trasladarnos el mensaje,pero...,¡somos tan torpes los mortales!.


Seguiré luchando,mamá, no te preocupes. Porque sé que te tengo aunque no te tenga...,más que nunca, más que en tiempos. Pero ahora tengo que parar de escribir,porque este tonto sentimiento de añoranza me salta las lágrimas,y no veo lo que escribo. Sabes que no es tristeza,es otra cosa.


Te quiero mucho.

sábado, 1 de mayo de 2010

Plagiando a Serrat


Me gusta todo de ti:
tus ojos de fiera en celo,
el filo de tu nariz,
el resplandor de tu pelo.

Me gusta todo de ti:
la luna de tu sonrisa
de gato de Chesire
colgada de la cornisa.


Estoy plagiando a Serrat,
No es esta mi creación
Pero cuadra con mi verdad
La letra de su canción

Y no es que busque razón,
No la hay para juzgarte,
Ya me has roto el corazón,
No importa si puedo amarte.

Me gusta todo de ti,
pero tú no.
Tú no.

Todo esconde un "no sé qué"
de los pies a la cabeza.
Me gustas, pero por piezas;
te quiero, pero a pedazos.


Tú no me fuiste gustando,
Por mucho que te quería,
Lo que me fuiste enseñando
De ti, no me servía.

No tienes la culpa tú,
Los dos somos responsables,
Yo dije lo que sentía,
Tú nunca quieres que hable.

Me gusta todo de ti.

Rescaté tu corazón
del cubo de la basura

para hacerme un medallón

de bisutería pura.


No podía darte más,
Y no quise darme cuenta,
Y ahora que ya no estás
Y la rosca no da vuelta,
Veo lo que nunca vi:
Nada dabas, nada das,
Por eso se cerró mi puerta.

Pero…, puesta a plagiar,
Debo cambiar esta letra,
Joan Manuel lo entenderá,
No en vano es poeta.

Me gusta todo de ti.

Eres tan fuerte por fuera
que a retales yo quisiera

llevarte puesto de adorno

Pero pesan demasiado,
Tu desdén y tu ceguera,
No te gustaba mi entorno,
No me gusta a tu manera.

Te arranqué de mi solapa,
Crees que eres tú quien ha huido,
Nunca a mi alma has servido
Como ahora, que te escapas.