¡Ya estamos!, lo veía venir en cuanto se fueron extendiendo las ganas de cambiar de pensamiento, de manera de hacer las cosas, el positivismo…Siempre hay pretendidos “izquierdosos” que son más papistas que el Papa, aunque no les guste el símil, y arremeten con todo cambio que ellos no compartan. Ahora, como no, le toca al positivismo, que no tienen pajolera idea de lo que es pero les suena a “buenismo”, conformismo y manipulación de tontos por parte del poder conspiranóico. Y, como son muy de izquierdas, muy chungos y muy protestones pues, ¡hale!, a decir que el positivismo es la trampa de los poderosos para engatusarnos. Y puede serlo, mira tú, pero no más que el “malismo” lo es de la izquierda equivocada, que también existe, para enervar y formar turbas.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Positivismo, trampas y conformismo
¡Ya estamos!, lo veía venir en cuanto se fueron extendiendo las ganas de cambiar de pensamiento, de manera de hacer las cosas, el positivismo…Siempre hay pretendidos “izquierdosos” que son más papistas que el Papa, aunque no les guste el símil, y arremeten con todo cambio que ellos no compartan. Ahora, como no, le toca al positivismo, que no tienen pajolera idea de lo que es pero les suena a “buenismo”, conformismo y manipulación de tontos por parte del poder conspiranóico. Y, como son muy de izquierdas, muy chungos y muy protestones pues, ¡hale!, a decir que el positivismo es la trampa de los poderosos para engatusarnos. Y puede serlo, mira tú, pero no más que el “malismo” lo es de la izquierda equivocada, que también existe, para enervar y formar turbas.
viernes, 9 de diciembre de 2011
Amor en Navidad
Aparte de un cambio de gobierno, una crisis galopante y un cabreo colectivo en el que cada uno toma posiciones, lo que se ve venir, como cada año hasta la fecha, es la Navidad. No me negarán que, ante la frase, muchos han arrugado la nariz. Navidad, crisis y cabreo no casan. Y, sin embargo, ¿quién no piensa celebrarla, como se pueda?
Quien diga que no, piensa para sus adentros que ojalá tuviera motivos para decir que sí. Porque Navidad, en la memoria colectiva y en la particular de cada uno, era aquello que celebrábamos de verdad, cuando éramos niños. Navidad evoca olores y sabores del pasado más o menos lejano, cuando se medía menos de metro y medio y la vida parecía eterna, si no sencilla. Navidad era el pesebre, el árbol, papá y mamá adornándolos, familiares que ya no están, fiesta, villancicos. Y comida, mucha comida. Pero, sobre todo, era un regusto íntimo de felicidad, latente en el infantil espíritu, si no presente a pleno pulmón. Y así se ha quedado, más o menos oculto según los casos, en el fondo de la memoria, para todos; pondría la mano en el fuego, aunque me queme un poquito.
El sentir de ese niño o niña es lo que amamos, lo que añoramos, lo que nos hace seguir sintiendo afecto por la Navidad o no, según el nivel al que tengamos sepultado a ese niño o niña internos, o lo que llora en nuestro interior. El niño que fuimos y aún somos, ese que no crece, el que nos hace olvidarnos de vez en cuando de que tenemos carnet de identidad desde hace décadas y nos sube al columpio o nos impulsa a darle patadas a un balón desinflado, el que a menudo pugna por salir cuando nos estamos divirtiendo, y al que reprimimos con adulta y abochornada rapidez, es lo que rechazamos, una vez más, cuando llega Navidad. Por dolor, por desencanto, por nostalgia, por ateísmo; da igual el pretexto. ¿Qué es la Navidad, sino un pretexto?
Nos enterramos a nosotros mismos en esta existencia de problemas, cosas serias, pretendidas trascendencias, y nos dejamos convencer de que “ya somos mayores” porque andamos cabreados para caer en sensiblerías. Disfrazamos la Navidad de espumillón, consumismo e hipocresías convencionales, para poder culparla de ser esa pesadez de origen religioso que es tradición impuesta y prescindible. Y lo es, si no fuera por los recuerdos del niño que llevamos dentro.
Porque el mito, cualquier mito, el mito de quien sigue una fe y cree que debe celebrar el nacimiento de un Niño hipotético, o el mito por el que la Navidad celebra un mito consumista y por ello hay que descartarla, es solo una excusa para reflotar o rechazar al niño que quiere vivir, que quiere jugar, reír y creer, por un rato, que todo el mundo es bueno. Pero, claro, somos personas maduras, y nos repatean las juntas familiares porque hay que comer con el cuñado coñazo, la tía insoportable o los amigos graciosetes que no vemos en todo el año. Así que, si nos repele, la culpa es de la Navidad.
Si, además, nos recuerda a esa gente querida que no está, o coincide con algún acto luctuoso, le echamos otro capote de tierra al niño y seguimos despotricando contra las fechas, como unos “mister Scrooge” cualquiera. Digo yo, ¿así somos más felices, más maduros, más sabios o inteligentes?, ¿qué se gana con eso?
Mi niña interior, que anda muy a flote estos tiempos, la tontorrona, (a la vejez, viruela, como diría la abuela), me dice que le quite a la Navidad el exceso de adornitos de colorines y plásticos, que le quite lo de que un Niño (¡un niño!) nació en un establo y tengo que alegrarme, que le quite lo de empacharse o emborracharse, y que mire el evento con los ojos y la querencia de una niña. Y veo ganas de disfrutar con quien todavía tengo cerca y amo. Veo ganas de alegrarme de andar viva y sana. Veo ganas de soltarle a un desconocido lo de “¡Feliz Navidad!”, cuando quiero decirle “¡que sea usted feliz, y yo también!”, y quedarme tan pancha.
Porque estoy harta de pasarlo mal, de ser seria y de renunciar a cosas y a gente, sin fijarme apenas en quién sigue a mi lado. Estoy harta del exterior displicente y amargado, y de esta adulta que encierra niñas y no soy yo. Me da igual lo que sea la Navidad, es un toque de campana para celebrar que vivo y me amo, todavía, para mí. ¿Y para ustedes?
¡Feliz Navidad!.
Nota: Este artículo fue incluido en el número de diciembre 2011 de la revista La Tribuna de Opinión, como Columna Personal de Lola Romero.
http://es.scribd.com/doc/74428039/La-Tribuna-de-Opinion-Diciembre-2011-La-revista-en-la-que-tu-puedes-opinar