Lo más triste de este escrito es que no es ficción, ni tampoco está simplemente basado en la realidad cómo el resto de relatos que suelo exponer aquí, sino que es la realidad política y social más dura y desnuda de nuestro país. Y de muchos otros países, estoy segura.
Desde que se desmontó la “burbuja inmobiliaria”, la primera
gran mentira colectiva conocida en la que vivió este país, no han dejado de
descubrirse nuevas y monumentales falsedades en la que todos hemos estado y
seguimos inmersos. La “burbuja” era solo uno de los muchos negocios
pantagruélicos y escandalosos que manejaban entre políticos y grandes
empresarios. La sorprendente investigación sobre la corrupción desmanteló a
unos cuantos, siquiera parcialmente, y nos dejó un panorama en el que no es de
lógica confiar ni en lo que parece real. Porque, rizando el rizo del absurdo,
los partidos políticos implicados en las tramas corruptas perdieron votantes y,
aun así, siguieron ganando elecciones ¿Quién iba a pensarlo, después de lo
sabido? Y, desde el poder de la mayoría absoluta o fingiendo increíbles e
improbables renovaciones y lavados de cara, hasta los más implicados de todos
siguen y siguen mintiendo, enmascarando, y hasta delinquiendo impunemente para
“tapar sus huellas” en otros presuntos delitos. Y, si no cuela, tampoco se les
desmiente, se les acusa o se les castiga.
Da igual, porque los españolitos de a pie parecemos tener
muy mala memoria y mucho arraigo a las tradiciones, como a la de votar una y
otra vez a los mismos “señoritos del cortijo”, perdón, partidos turnantes (¿o
tunantes?), para que nos gobiernen aunque nos engañen y se descubra. La
realidad intentará imponerse, desmontará tramas corruptas, sacará a la luz cada
vez más nombres célebres involucrados en delitos económicos y fiscales, nos
hará salir a las calles a reclamar nuestros derechos perdidos y a que las
nuevas leyes represoras envíen a unos cuantos a las cárceles por ello…Da igual,
porque a la hora de votar somos un pueblo tradicional, tibio y miedoso. Por eso
nos tragamos las mentiras, las naturalizamos, las justificamos, o las acabamos olvidando, aunque nos
hielen el alma en su momento y no exista sensatez que se las crea.
La cosa es tan fácil como apechugar con lo que nos echen y
recurrir al pobre consuelo del “todos son iguales”, “más vale malo conocido” o
“virgencita, que me quede como estoy”. De las malas a las peores, aún nos queda
lo de “es cosa del despiste moral”, nuevo
pretexto que algunos cínicos esgrimen con total desfachatez y que el pueblo
dócil admite sin rechistar, e incluso con cierto alivio… El despiste moral; el pensar que los corruptos son unos pocos
y el resto de su grupo no lo sabía, no se dieron cuenta, no podían imaginarlo.
Admitir, contra toda lógica y sensatez, que, en una demostrada corrupción
sistemática, los líderes de ese sistema estaban siendo también engañados y no
sacaban partido ellos mismos de esa corrupción…No hay falacia más simple y más
grande para tranquilizar a los mediocres confiados.
Pero, ahí está, lo dicen en los medios, lo repiten en todas
partes, componen gestos compungidos de víctimas indignadas, y la gente (todos
nosotros) les otorga ipso facto el permisivo beneficio de la duda. No sabían, no se imaginaban, tuvieron un "despiste moral" en su ética distraida...Y la
corrupción continúa, el pueblo sigue pagando y ellos, los corruptos, siguen
gobernando. Les votaremos también en las próximas elecciones.