
El hombre se acerca al niño y se sienta a su lado.
-Hola- dice, y el niño apenas le mira, contesta otro “hola”, y sigue jugando con el objeto que tiene entre sus manos.
-¿Te aburres?- pregunta el hombre.
-Un poco- dice el niño- mi mamá dice que no debo hacer mucho ruido
-¿Qué hace ahora tu mamá?- inquiere el hombre
-Las tareas de casa, como siempre. Ella siempre está ocupada, acaba muy cansada y no tiene tiempo para jugar- responde el niño.
-Y a ti no te gusta eso, ¿verdad?- dice el hombre, como si estuviera seguro de la respuesta.
El niño se gira hacia él, le mira con mayor interés; parece pensar en el comentario.
-No- contesta, al fin- pero lo entiendo, porque siempre es así.
El hombre afirma en silencio; se le ha puesto triste la mirada, parece manejarse con una fuerte emoción, que no expresa.
-Es como los abrazos, o los besos. A veces tienes ganas de abrazar a tu mamá, o a tu papá, pero no te atreves porque están ocupados, y ellos no lo hacen. ¿No es así?- comenta de repente.
Reflexiona el niño, con un poco de asombro. Responde con más confianza, algo más entusiasmado.
-Sí, eso me pasa a veces. Mamá me da un beso todas las noches, antes de dormir; pero mi papá solo dice “hasta mañana”. Me gustaría abrazarles más, sobre todo cuando estoy triste.., o muy alegre. Pero pienso que les parecerá una tontería.
-¿Por qué crees es eso?- pregunta el hombre
-Porque parece que no les gusta, si alguna vez lo hago…Porque los mayores se molestan si les interrumpen cuando están haciendo otra cosa…Porque siempre dicen que los niños hacemos “cosas de niños”…, y me siento tonto, cuando dicen eso.
-Es verdad, entiendo lo que dices, a mí también me ha pasado- asiente el hombre- Sin embargo, ¡cómo necesitas un abrazo en algunos momentos!, ¡qué bien sienta un beso que no te esperas! Como cuando se rompió aquel juguete que te regaló el abuelo, ¿te acuerdas? Se cayó al suelo y se partió; te quedaste desolado, no te podías mover ni dejar de mirarlo allí, roto. Te regañaron por aquello, pero tú deseabas que te dieran un abrazo y poder llorar la pena que te causaba…, querías mucho a aquél juguete, y el abuelo no podía regalarte ninguno más…
-Es cierto- dice el niño, con el recuerdo en los ojos- Estuve triste mucho rato; tenía ganas de que mamá me viniese a abrazar, pero estaba enfadada. Aprendí a esconder lo que se rompía, a partir de entonces.
-Si- refrenda el hombre con un suspiro- Ella no entendía eso, no lo entiende. Como no entiende que te haría muy feliz que te diera más besos, no solo el de “buenas noches”.
-Ya- dice el niño- Lo hacía cuando yo era más pequeño, casi un bebé. Ahora no lo hace tanto, a lo mejor porque está más cansada…
-Puede ser- reflexiona, el hombre- Los mayores nos creamos muchas historias en la cabeza. Pensamos que es por esto, o por aquello, pero no es verdad; no lo sabemos todo, no acertamos con todo. Y pensamos que a los niños les da igual, que no lo notan, que es mejor para ellos que no noten si estamos tristes, o preocupados…
-¿Crees que mi mamá estaría más contenta si le diera yo más besos?- pregunta el niño, esperanzado.
El hombre sonríe, lo piensa un poco, y responde:
-Creo que sí, creo que eso podría ayudarla y que te daría más besos si estuviera más contenta-
-¡Lo haré!- dice el niño, entusiasmado- ¡le daré un beso cuando la vea triste!, arruga las cejas de una manera muy especial, ¿sabes?
El hombre ríe, y sin embargo después parece un poco triste.
-Sí, lo sé. Creo que a ella podría gustarle, la conoces bien. Pero no te sientas mal si hace ver que le molestas, casi enseguida…- le dice al niño.
El niño sonríe y le mira, cómplice.
-Sí, sí, ya sé a qué te refieres. Lo he notado algunas veces; dice que “no me ponga tonto”, pero sonríe a escondidas.
-Bueno, chaval, pues a ver si así va todo mejor. Dile a tu madre que la quieres mucho, después del beso, verás como poco a poco deja de importarle si haces un poco de ruido mientras juegas.
-Vale, lo haré- sonríe el chico, mientras el hombre se levanta para marcharse.
-Me ha gustado hablar contigo- se despide el hombre desde las alturas.
-A mi también- responde el niño.
- No sé si volveremos a vernos, pero recuerda que los mayores se imaginan siempre cosas que no son; demuestra tus sentimientos, que no te los ahoguen dentro- comenta el hombre, antes de darse la vuelta y alejarse, despacio.
El niño se queda mirándole; de repente, ya no se aburre, piensa en ir junto a su madre y rodear su cuello con sus brazos, besarla en la mejilla…, hasta dejará que le haga cosquillas porque ella piensa que le gusta…
El hombre se aleja pensando que no sabe cómo ha ido a parar allí, junto a ese niño, pero que quizás ha hecho algo por sí mismo y por su vida, hablándole. Si algo es cierto, es que se ha reconocido.