Nunca se me ha dado bien la fotogenia. Soy de esas personas que parezco otra cuando la fotografían. Y no es que lo diga yo, que ya se sabe la inconformidad humana con nosotros mismos; me lo han dicho muchas veces, y además es evidente, porque siempre salgo más gorda, con la boca torcida, o con el pelo más oscuro e, invariablemente, mi cara hace un gesto que me da la cualidad de haber sufrido una parálisis facial o estar sufriéndola en ese momento.
Será que no hay cámara fotográfica (ni avanzado objetivo de teléfono móvil) que no suelte el destellito del flash, mientras la miras confiadamente y, claro, mis delicados e inquietos ojitos reaccionan cerrándose, moviéndose o invitando a todo músculo del rostro a hacer alguna mueca desfavorecedora. En fin, que no, que no quedo bien en las fotos.
Pero, hete aquí, que revisando viejas exposiciones familiares, he descubierto un pequeño milagro: ésta fotografía en la que sonrío y quedo bien…, casi bien, o al menos, tal cual soy, o tal cual era hace unos años. Eso pensé al volver a verla, mientras juzgaba ya lo rara que se veía mi boca; y entonces vino a mi memoria el momento en que me hicieron esa fotografía. Estaba comiendo,¡tenía la boca llena, en pleno proceso de masticación de bocado de festín! No sé si es suerte o desgracia que la única fotografía en donde te reconoces sea la que tendría que estar más distorsionada por la eventualidad del momento.
Andábamos ya por los segundos platos, cuando al dichoso fotógrafo se le ocurrió empezar la ronda de flashes frente a cada comensal. Es de esas ocasiones en que no adviertes nada -concentrada en el plato porque, sorprendentemente, la comida de menú colectivo está deliciosa- pero el tipo de la cámara ya llevaba un rato de mesa en mesa, fastidiando al personal que, primero le mira estupefacto, luego duda entre sonreír o mandarle a la mierda, y por último opta por obedecer a la orden “sonría” y se deja disparar un destellito cegador en plena cara.
Y, claro, me pilló a traición, sumergida -ya sabéis mi afición por sumergirme en todo- en plena salsa de champiñones con queso. Recuerdo el codazo de mi pareja, intentando sacarme de mi sopor culinario y que posara con él. Miré con el consabido estupor al inoportuno de la cámara, estuve a punto de protestar y mandarle que volviera luego, pero envié de un lengüetazo el trocito de pan con salsa al fondo de la mejilla, y me dejé envolver por el brazo amoroso de mi cónyuge y ¡hala, foto!. Esa fotografía en cuestión no sé como salió, porque no he vuelto a verla; pero es que la cosa no acababa ahí, y el buen hombre -con una expresión de socarrona satisfacción que tiraba de espaldas- se empeñaba en fotografiar uno a uno a los miembros de cada pareja. Así que a repetir foto, con el bocado paralizado en el interior de la boca e intentando sonreír cual modelo que se divierte.
Tras esa semi-sonrisa y esos ojos que miran alegremente a la cámara, hay una sucesión de pensamientos nada halagüeños. Recuerdo que lo primero que pensé fue: “Tú gasta carrete, que no te compro la foto, verás”. Y, después, mientras el tipo encuadraba, se entretenía y comprobaba no sé qué indicadores, “no, si ya te lo estás pasando bien mientras se me enfría la carne con salsa”…,acompañado de un epíteto que me reservo.
Al fin llegó el clic, y el inevitable fogonazo blanquiazulado que siempre me deja ciega por un par de segundos.
No sé qué pasará por la cabeza de un fotógrafo de celebraciones y convenciones, pero todos tienen aire de estar profundamente decididos a ejercer su poder de interrumpirte e inmovilizarte cuando quieran, para la posteridad.
Da igual que estés en medio de una comilona, una conversación, riéndote por fin de algo gracioso, o en pleno proceso de alcanzar la puerta del baño con necesidad urgente; el tipo de la cámara llegará y te dirá aquello de “foto”, agarrándote del brazo incluso, si es preciso o así lo considera. “Oiga, es que tengo que ir al excusado”, le dirás, viendo ya la ocasión de escapar y precisándola. Pero él te contestará, amablemente autoritario y como si le estuvieras regateando el pan y la sal de la vida: “Es un momentito”, y ¡zaca!...Si en ese momento no te orinas piernas abajo, puedes sentirte afortunada.
He llegado a pensar que lo que hacen es vengarse del hecho de que, supuestamente, tú y los demás –a excepción de los camareros- estáis ahí para divertíos y celebrar algo, y él está para trabajar. Seguramente solo pretende tener muchas fotografías, porque ese es el negocio, y a más fotografías del mismo sujeto, más posibilidades de que acabe comprando varias….Pero es que esa teoría es errónea. ¿No se dan cuenta, los avispados fotógrafos de fiestas, de que agradecerías más un par de fotos donde salgas admisiblemente agraciado o agraciada, que una docena que te han jorobado otros tantos momentos y que, encima, son como si tuvieras una afección nerviosa en la cara y los ojos metamorfeándose en los ojos rojos de una rata?...Pues, no.
Por eso, esa fotografía es un pequeño logro personal. Al margen de que las “instantáneas” jamás reflejan la verdad de un ser humano, ni física, ni carismáticamente, en esa en concreto conseguí parecer yo,en un momento complicado para mi rostro y expresividad. Estoy pensando en analizar más a fondo el momento, para crear un manual: “Cómo sonreír con la boca llena”.