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Lo sacó de debajo de un montón de libros y muñequitos de adorno que descansaban sobre su tapa. Era enorme, oscuro,viejo.
Lo apartó de la pared contra la que se apoyaba, y tuvo que abrir su candado con una llavecita torneada que colgaba de una cadena, y que no vi de donde hizo aparición en su mano.
Miré su cara demacrada y, sin embargo, tan felíz en ese instante. Él devolvió mi mirada con sus ojos enormes y oscuros,como el contenido de aquél misterioso cofre.
-Son los secretos de toda mi vida- dijo, como un chiquillo crecido de repente.
Antes de sacar el primer tesoro, aún dijo:
- Quiero más al contenido de este baúl que al resto de mis cosas, incluida mi cuenta bancaria- Río, era mágica esa risa.
En sus manos temblaba ya una desgastada libreta de colegial; tapas rojas, arañadas, un desbarajuste de apuntes de diferente caligrafía en sus páginas amarillentas. La reconocí, era una de las que utilizábamos, de niños, para jugar a traducir canciones del inglés al español...¡Dios, que estropicios hacíamos con ambos idiomas!...
A partir de ese momento, otra realidad desapareció, el mundo se hizo nuestro. Volvimos a ser dos niños ilusionados por un montón de fruslerías. Miradas cómplices, felices, un millón de escenas vueltas a vivir, precioso pasado,inocente pasado infantil.
Luego, me enseñó las fotografías de sus perdidas parejas; una de ellas muerta en plena juventud por la misma enfermedad que le devoraba a él en esos días. Se le desdibujaba la mirada bajo las lágrimas, y le animé a que me mostrara más cosas. Atacó el fondo del baúl con ganas.
Fotos de familia, desvaídos recuerdos, poemas, flores secas; todo un mundo de material sensiblería, sentimientos muertos y enterrados. De aquellas tripas de madera extrajo el último fajo de fotografías. Me las mostró, allí estaba yo, veinte años más joven, una cría larguilucha y a medio camino hacia la pubertad, haciendo el ganso en su compañía. El día que nos caímos juntos en medio de una carretera de pueblo, y mi hermano disparó el flash de la cámara. El día que nos disfrazamos para pasar una tarde lluviosa en casa. La vez que recogimos un perro callejero y le bautizamos...Reíamos como bobos, nos entusiasmábamos contando anécdotas olvidadas.
Después, llegó el momento de cerrar aquella tapa, con todos sus tesoros, y la realidad nos calló encima a plomo. Él se moría, yo tenía que volver a mi vida. El baúl volvió a su rincón polvoriento en aquella habitación de dolor.
Nunca más volví a verle, pero no le olvido.
7 comentarios:
Tengo varios baúles con recuerdos, en forma de cajas, repartidos por varios lugares en mi casa...cuando lo necesito abro alguno de ellos; me llenan de bienestar para todo el día, sea cual sea mi estado en el momento de abrirlos. Benditos baúles...son parte de mí,y son ciertos los sentimientos que provocan...existieron alguna vez. Y no quiero olvidarlos!
Buen relato Atlántida! Un abrazo. Gloriana.
Yo no tengo baúles ni excesivos recuerdos. Los pocos que me quedan están en el mejor baúl que tenemos, aunque el mío está pelín desfaratado (memoria de pez, que yo le digo).
Siempre es bueno tener recuerdos, ya sea en baúles auténticos o en los que son como el mío a falta de cajas estupendas de madera que seguro conservan mucho más que el que yo llevo lleno de serrín encima de los hombros.
Traen tantos recuerdos, tanto que guardar por siempre, tanto que anhelar, tanto que reir o tanto que llorar...
Buen texto, Atlan!!!
Besos gordos!
;-)
Muchas gracias,Gloriana,por pasarte por aquí. Bienvenida, y me alegra que te guste lo que escribo.
Todos llevamos un "baúl de los recuerdos" a cuestas,nos guste o no. Pero algunos son "baúles de los desastres pasados"...,eso quise decir en el relato,pero me pudo la nostalgia del cariño.
Marmo,seguro que de serrín poquito,¡con lo bien que tú sabes limpiar,Mari!
Gracias a los dos, cielines
¿Que es de nosotros cuando el baúl de los recuerdos se cierra para siempre?...Olvido y oscuridad. Por eso, qué bueno es poder sacar de su encierro a todo lo que ha sido vida a nuestro alrededor. Juegos, amores, fiestas...desamores...Porque eso nos facilita ir hacia atrás, viendo viejas fotografías o leyendo cartas amarillas, y ver nítidamente quienes fuimos y comprobar qué es de nosotros ahora...
Ayer, precisamente, aprovechando la limpieza a fondo, encontré casi medio centenar de cartas que ese primer amor, primer dolor, me escribía unas vacaciones con promesa de vida eterna juntos...Nada de eso fue posible, pero sí somos eternos en el recuerdo de lo que vivimos esos momentos...
Como siempre, me encanta lo que escribes..Además, me llevas a tu mundo muy fácilmente...
Besos.
El pasado es eso,Lara, recuerdos, pensamientos archivados, nada más. Hay que observarlo con una sonrisa y dejarlo descansar sin dolor, ¿verdad?.
Siempre serás bienvenida a mi mundo. Un abrazo, amiga.
De vuelta en la Atlantida perdida, que así me parece que voy a llamar yo este blog. Lo pierdo de vista y de pronto lo vuelvo a encontrar vagando por la red.
Y como siempre sorprendiéndonos con sus bonitas historias.
Buena esta del baul. Algún día tendré yo que descerrar mi viejo baul, ese que llevo encima los hombros, de una pedrada y dejar brotar su interior: sus deseos, iras, pasiones, locuras, sentimientos y olvidos. Quizás entre tanta mezcolanza, quitando y poniendo un poco de todo, y aliñándolo bien, pueda contar alguna historia como las de esta perdida Atlántida.
Gracias por compartir, y hasta que otra derrota en mi vieja me conduzca a esta playa.
Se siente la divagación, cosas del alcoholo...:D
Bienvenido a este rincón de la inmensa Atlántida que, aunque perdida,a veces se va encontrando. Siempre es bueno saber de Túmismamente, theone, o unomás...,o como sea; lo que vale es la persona que escribe, y vale más de lo que piensa...Se intuye,se sabe,se adivina...,¡y estoy más bruja que nunca! ;)
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