Enciende un pitillo; la llama del encendedor oscila, mientras aspira y recuerda el eslogan “fumar es malo” de la cajetilla. “Sufrir es malo”, piensa. “No saber amar es perjudicial para usted y los demás”, “vivir acorta su vida”….Sonríe a desgana, mientras deja salir una andanada de humo de sus pulmones.
Con los ojos cerrados, escucha el silencio lleno de ruidos de la noche; lejos, un perro ladra una vez, una persiana desciende y se cierra, alguien arrastra un mueble más allá del techo, el tráfico continúa, esporádico, en la calle. Eso sucede fuera, en la distancia del entorno; dentro, el silencio es más real, más tangible casi.
“Eres viejo, che, ¿quién se va a preocupar por un viejo?”, reflexiona con una costumbre que mitiga la amargura. “Si acaso los hijos, pero el mío está muerto, muerto”. Sigue fumando, y el humo se filtra entre sus labios resecos. ¡Tantos sueños rotos en aquella cama de hospital!, ¡tantas noches, tantas esperanzas! Recuerda lo que decía Marquitos: “no sufrás, papá, es mejor que esto se acabe”. ¡Dios santo, traerle desde el otro lado del Atlántico para esto! “Teníamos que habernos quedado en casa, Marcos”, le decía; y él, con aquella voz que parecía un carraspeo: “¡Qué decís, en la Argentina también se muere uno de cáncer!; no culpés a los “gallegos”,viejo”. Y fruncía la boca, imitando una sonrisa.
Mira el cigarrillo con cierta sorna; se estrechan sus ojos al tamaño de rendijas mientras lo observa. “¿Porqué no me llevaste a mí, si dicen que matas?”, murmura, cavernoso. Pero no, el mal se llevó a Marcos, treinta y tres años, la edad de Cristo, deportista, sin fumar una calada en su vida, una mujer que le amaba, una hija que se olvidará con el tiempo de su cara, de su voz.
Él lleva desde los quince con el paquete de tabaco a cuestas; veinte cigarrillos diarios, a veces más, dependiendo de las eventualidades cotidianas. Y sigue aquí, con casi setenta.
Se acerca a la ventana y la abre. Hace frío acá en España; los porteños se estarán asando de calor. El año pasado, cuando se fue Marquitos, era al revés: un verano del carajo en Madrid, y los de allá escribiéndole que el invierno estaba siendo duro. ¡Casi un año, desde que perdió a su hijo!, y la vida sigue, allá o acá, indiferente, implacable.
Nada le queda en su país, salvo nostalgias. Nada tiene en esta “nueva patria”, que allá llaman la “vieja” los que ni siquiera la han visto. Se encara a la ventana, aspira el aire viciado de la ciudad; la noche es serena, al contrario que su espíritu. Cierra los ojos y balancea el cuerpo ante el vacío helado, sin apenas notarlo o importándole poco. ¡Sería tan fácil, tanto!, sería como volar y luego…No habría Paraíso, ni Cielo prometido, ni Dios, pero tampoco estaría Marquitos, esperándole como un ángel grandote de túnica blanca. Él nunca creyó en esas cosas; no sabía si su hijo sí, jamás se lo preguntó. Pero al menos habría silencio, o la nada.
Con un gesto desdeñoso lanza la colilla por la ventana y, luego, la cierra. ¡Qué cobarde es la vida; y como “engancha”, como el tabaco!, piensa.
In memoriam, A.A.
8 comentarios:
Qué bueno, conmovedor. Vas desgranando gotas de dolor añejo. Enhorabuena.
El tabaco mata y la nostalgia tambien.
Saludos
Si algo nos sigue "enganchando"...es que todavía no hemos tocado fondo...y es que tenemos mucho aguante!
A mí me engancha la vida porque la necesito. Y espero que dure mi enganche toda la vida :-)
Un beso, Lola!
Un placer veros reflexionar con mi relato ;)
Un beso a todos.
Me ha encantado y a la vez me ha emocionado, cada palabra me hacía recordarlo, ¡qué bueno tu relato!
Un abrazo, niña.
Gar.cia
El dolor de estar vivos nos puede tentar a desear la muerte , el desconocimiento de la verdad del otro lado de la muerte nos mata para siempre . Dios nos ama y nos quiere ayudar , despejemos el paisaje mental y encontremonos con El en la aceptacion de la verdad , mientras huimos , nada se resuelbe . Con cariño un Beso LoLa
Gracias, Gloria. Un abrazo y muchos besos.
Gracias por leerme y por tu valoración, Gar.cia
Besos también.
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