Gracias a O. Fernández Berrios por las fotos y su confianza.
Tiene una amiga mi vecino Mercam que me llamó la atención
desde que la vi en una de esas esporádicas reuniones del piso de arriba. Se
llama Oli, no sé si de Olivia, o de Olga, pero no es su nombre lo que más
resalta en su personalidad, sino su entusiasmo. Es de esas personas que siempre
van con una sonrisa simpática en los labios.
Oli es inquieta
hasta cuando está sentada, pero no con esa inquietud que cansa a quien la
observa, sino más bien contagiosamente animosa. Te dan ganas de oír lo que
dice, intervenir en lo que habla y participar de lo que propone. Es andaluza, y
de las pocas cuyo acento no impide que la entienda con la limitada comprensión
de mi seco castellano de Cataluña. Será por su procedencia, que alza la voz un
poquito demasiado cuando se expresa, sobre todo cuanto más entusiasmada o
divertida está con la conversación. Se le perdona el defectillo, porque lo que
dice suele ser gracioso (de verdad) o incluso interesante. Es muy blanca de
piel, de ojos claros y rostro expresivo, aniñado, pelo muy corto y un cuerpo de
atleta no muy alta, que le confiere un aspecto de lozana “giri” alemana, por lo
menos.
Bueno, pues he visto a Oli tres o cuatro veces en casa de
Mercam, y nunca me deja indiferente. La encuentro ocurrente, simpática, jovial
y generosa; y ahí es donde quería venir a parar yo, a lo de generosa. Oli,
dicho por sus amigos que no por ella, pertenece a no sé cuantas asociaciones y
organizaciones altruistas. Ayuda desinteresadamente a los niños y mujeres de
las zonas más desfavorecidas de Marruecos,
El Sahara, Irak o Afganistán, a los damnificados protegidos por un montón de
ONG’s variopintas, a todos los que tienen algo injusto que denunciar, y a
quienes los Bancos o el Gobierno pretenden desahuciar de sus casas, en
cualquier barrio. Ahora, en estos tiempos, anda metida, desde luego, en lo del
movimiento 15M, entre otras historias humanitarias y sociales.
De dónde saca esa chica tanto tiempo y tantas ganas es un
misterio. Porque, además, es fotógrafa, periodista “freelance”, aficionada a
las rutas ciclistas, dibujante, y colaboradora de un montón de actos sociales
en pro de otros tantos beneficios comunitarios. Solo hace falta pasearse por su
web, su Twitter, su muro de Facebook…Sí, ya sé, parece que la he ido espiando,
cual chismosa fan deslumbrada, y la he “espiado”, solo porque me fascina tanta
capacidad de trabajo y dedicación, sin dejar de parecer que disfruta en la
vida.
A veces, me la he cruzado en mi escalera o al entrar o
salir del portal. Apenas nos conocemos más que de las coincidencias en el piso
de Mercam, pero siempre se para a saludarme, con esa alegría que desborda, como
si encontrase a una vieja amiga, y esa infatigable sonrisa de niña. Su acento
andaluz y su vehemencia siempre me hacen sonreír, pero me alegro sinceramente
de detenerme a hablar con ella. En ocasiones, aparece con su atuendo de
ciclista, casco, rodilleras y coderas incluidas, y sonrío con más admirativa
diversión.
El otro día, la vi recuperando su bicicleta de un poste
de la calle, donde la había asegurado. Aceleré el paso para hacerme la
encontradiza y, antes de que montara y se fuera la llamé, sonreímos las dos y
nos pusimos a charlar junto a mi portal. Llegó en ese momento la vecina del
segundo, la señora Mercedes, cargada con dos enormes bolsa de la compra y un
carrito que parecía que iba a volcar, de tanto peso. Oli se apresuró a
interrumpir nuestra conversación para ofrecerse a ayudarla, con su habitual
desparpajo.
-¡Ay, “zeñora”, que así se va usté a cargar la ezparda en
dos días, “corasón”!- le dijo, arreando
ya con el asa del carro bajo un brazo poderoso y las dos bolsas en la otra
mano.
Entramos las tres de vuelta al portal, metió Oli toda la carga en el
ascensor, y se despidió de la vecina, que se deshacía en agradecimientos y
elogios. Me despedí también de Oli, quién salió con la energía de siempre, y
acompañé a la vecina en el trayecto ascensoril. Iba yo orgullosa de mi casi
amiga, y aún le duraba a la vecina la sonrisa satisfecha, así que comenté:
-¡Es muy buena chica!-
La mujer asintió, pero se quedó como pensando y, ya
cuando las puertas se abrían en su piso, me susurró con aire confidencial:
-Sí, pero no me gusta, ¡es una lesbiana!-
Fue como si me hubiera abofeteado, más por el
desconcierto que sentí que por el tono despectivo de aquella afirmación. Me
alcé en mi metro sesenta, y le dije, emulando mi mejor falso acento andaluz, en
honor a Oli:
-¡Y usté una viuda, zeñora Mersede, pero ella no ha tenio
prejuisios pa llevarle la compra!- y cerré las puertas del ascensor ante su
perpleja jeta.
Me he ganado un par de
semanas de comentarios a mi costa en la escalera, la mirada despreciativa de la
vecina, y la sospecha de ser también
lesbiana. Pero no me importa porque, la injusticia del prejuicio, la ingratitud
y el chismorreo insidioso, me dan más asco que esas falacias que puedan decir
sobre mí. Y porque cada vez que la señora Mercedes alza su naricita como si
oliera mal, al cruzarse conmigo, me imagino a Oli vestida de ciclista urbana y
soltando un comedido “¡qué desaboría, mujé!” , y eso me devuelve la sonrisa.
6 comentarios:
¡Qué bonita historia!!! Me ha gustado mucho, aunque no tanto la actitud de la viuda, que por desgracia es todavía muy común. Besos
Me alegra que te haya gustado, tocaya. Lo que alivia de la historia es recordar que existen de verdad personas como "mi" personaje de Oli...Todo relato de ficción tiene un poso de realidad, y éste lo tiene y mucho, creo.
Gracias por estar ahí y por leerme. Besos.
Dichosos prejuicios, nena, que ahí siguen haciéndonos muy mala compañía.
Menos mal que cada vez son los menos los prejuiciosos. O eso quiero creer.
Besos, mi niña. Disfruta del fin de semana todo lo que puedas y más
¡Mariii, cuanto me alegra ver que sigues viniendo por aquí!. Muchas gracias, reguapa. Me paso pronto a por tus "cocletas". Besos.
Cuando llegues se las han "trincao", jajajaja
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