Un día se despertó y no había estrellas. El cielo de media
noche al que estaba acostumbrado, el que enlazaba entre sueño y sueño, había
cambiado. La luna brillaba solitaria, repartiendo apenas un halo pálido de luz
entre jirones de nubes. No se explicó aquella ausencia de los pequeños astros,
creyó incluso que debía de seguir dormido y aquello era parte de una visión
onírica. Volvió a la cama, cerró los ojos y dejó que el sueño residual
volviera, con la imagen de aquél inquietante cielo oscuro, vacío.
La mañana borró enseguida la percepción que tuvo en la
noche. Cumplió con el ritual matutino, y salió a la calle. Quizás podría haber
notado una especie de apatía mayor que de costumbre, en el resto de la gente,
pero no lo notó; no aquél primer día.
Soñó con estrellas, la siguiente noche, sin haberse acordado
más de la vacua visión de un cielo desnudo, la noche anterior. Estrellas que
caían, apelotonadas, en racimos desquiciados e hirvientes, perdiéndose en un
horizonte donde no dejaban huella. Sí la dejaban sin embargo en el cielo
oscuro: arcos descendentes y silenciosos de luminosidad que se diluía como las
ondas de una piedra en el agua. Fue un sueño bello, incluso alegre a pesar de
ser turbador. Pero despertó, y era medianoche y no había estrellas.
Por la mañana se lo dijo a su mujer; solo consiguió que ella
rezongara por su costumbre de despertarse a media noche e irse a asomar a la
ventana. Lo dejó estar, pero repitió el intento con los compañeros de trabajo;
unos rieron y cambiaron de tema, otros le miraron como a un loco, los más obviaron
el tema y se enfrascaron en otras cuestiones o, incluso, se fueron dejándole
con la palabra en la boca. No lo entendía, ¿cómo podían estar tan ciegos?,
¿nadie más se había dado cuenta, o es que a nadie le importaba?...No estaba
bien, algo había cambiado y no estaba bien.
En los periódicos, ninguna noticia hablaba de aquél
portento; nada dijeron los informativos de la radio o la televisión; buscó
afanosamente en internet, y solo encontró una referencia en el humilde blog de
una joven soñadora, que se lamentaba de dos noches sin estrellas.., y a la que
nadie respondía ¿Y los astrónomos?, ¿y los científicos?, ¿nadie hacía caso de
algo tan grandioso y tan horrible?...Nadie hacia caso; silencio, y la tercera
noche tampoco hubieron estrellas.
Dejó de estar tan obsesionado con el cielo nocturno cuando
le obsesionó un nuevo detalle: la desgana, el automatismo tristón con que
actuaba todo el mundo. Desaparecieron de museos y películas las imágenes con estrellas; nadie recordaba
qué eran, ni qué significaban. Apenas se oía música en ningún lado, ni
conversaciones, ni risas… De lo que sí se quejaban los periódicos era de la
significativa quiebra de los locales de ocio, de la repentina bajada de ventas
de discos y CD’s de todo tipo de música, del fracaso de obras de teatro,
conciertos, eventos culturales… Tampoco eso parecía conmocionar a nadie, más
que a los implicados que vivían de ello. Pronto, en unas semanas, quedaron
olvidados, desterrados del mundo que interesaba y que consistía en trabajar,
comer, subsistir, dormir un sueño sin estrellas.
Él siguió vigilante, con un permanente nudo en el estómago,
atisbando cada noche en busca del más mínimo puntito luminoso en el espacio
oscuro y agobiante que era ahora el cielo. Nada, nunca nada, más que el puntual
engaño de las luces de un avión, cruzando el firmamento que parecía un lienzo
mortuorio. Y un miedo creciente empezó a atenazarle a todas horas, haciéndole
temblar muchas veces. Temblar y callar.
Semanas, meses, años…Se acostumbró, como todos, contagiado
de aquella rutina silenciosa que era vivir. Se acostumbró y se olvidó, como se
olvidó colectivamente lo que significaban palabras como risa, alegría,
diversión, soñar o…amor. Pasaban muchas cosas que tenían ocupadas y preocupadas
todas las mentes: lo duro de la vida, las prisas por llegar a todos lados, los problemas,
desgracias y quiebras, enfermedades y malas suertes por doquier. Quejas,
protestas, peleas, disputas por intereses de unos y otros… ¡qué más daba que no
hubiera estrellas! Ya no se despertaba a media noche y, por tanto, no acudía a
su ventana; ni se acordaba de eso.
Una tarde húmeda de otoño, andaba macilento por el malecón
del puerto. Miraba al suelo, como de costumbre, pensando en sus propias
cuestiones y conflictos. Una figura solitaria le llamó la atención, al fondo
del paseo, sentada al borde del mar. Se acercó sin apresurar el paso, aunque su
curiosidad crecía cuanto más la observaba. Era una mujer, joven, absorta en un
pequeño libro que sujetaba con ambas manos. Él se sentó a su lado, sin atreverse
a mirarla en un principio, perdida la vista en la masa de agua gris y la niebla
que la iba cubriendo. Esperó unos minutos, antes de mirar con cierta precaución
las tapas del libro, girando apenas la cabeza. Era de poesía, otra palabra casi
olvidada. Ese dato aumentó su extrañeza; preguntó educada y prudentemente:
-Disculpe, ¿qué está leyendo?-
Ella le miró con ojos sorprendidos, todavía repletos de la
reciente lectura.
-Es una poesía… ¿Sabe?, el otro día recordé que las poesías
hablaban frecuentemente de lo que yo intentaba recordar…No sabía qué era, pero
busqué por casa hasta dar con este libro, y hoy me he atrevido a venir aquí y
buscar en él. Y, sí, era cierto…, me ha costado, pero he encontrado lo que
buscaba.., ahora sé que existieron, no estoy loca.
-¿Existieron?, ¿de qué se trata?-
-Estrellas, había estrellas; por las noches se veían en el
cielo, junto a la Luna, y los enamorados y los felices las miraban…Tampoco sé
que es ser eso, pero también ellos están aquí, en la poesía…-
-¡Estrellas!- susurró él, como si fuera algo cargado de
reminiscencias que no acababan de atraparle.
Y los dos se quedaron mirando al cielo, buscando ojitos
luminosos en la noche que empezaba.
2 comentarios:
Hace tiempo que no entro a tu maravilloso lugar...
¡¡Que grata sorpresa!!...
Encontrarme con tu cuento, algo dramático, pero...cierto. Ya, casi no hay quien mire a las estrellas, la técnica las ha convertido en simples astros luminosos. Pero, para los poetas, seguirán siendo fuente de inspiración aún que se apaguen. Si esto pudiera ser, las prendería en los ojos de una mujer, y las vería brillar como siempre
Roberto
Gracias, Roberto!
Me alegra tu visita y que te guste lo que escribo. Cierto que hace tiempo que no coincidíamos, pero no se te olvida por aquí, palabra.
Para mí, lo de mirar estrellas es una de esas pequeñas cosas que valoramos poco en la vida y, sin embargo, son grandes privilegios de estar vivos.
Espero saber de tí más a menudo, amigo.
Un abrazo.
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