domingo, 17 de junio de 2012

De repente, sin estrellas



 Un día se despertó y no había estrellas. El cielo de media noche al que estaba acostumbrado, el que enlazaba entre sueño y sueño, había cambiado. La luna brillaba solitaria, repartiendo apenas un halo pálido de luz entre jirones de nubes. No se explicó aquella ausencia de los pequeños astros, creyó incluso que debía de seguir dormido y aquello era parte de una visión onírica. Volvió a la cama, cerró los ojos y dejó que el sueño residual volviera, con la imagen de aquél inquietante cielo oscuro, vacío.

La mañana borró enseguida la percepción que tuvo en la noche. Cumplió con el ritual matutino, y salió a la calle. Quizás podría haber notado una especie de apatía mayor que de costumbre, en el resto de la gente, pero no lo notó; no aquél primer día.

Soñó con estrellas, la siguiente noche, sin haberse acordado más de la vacua visión de un cielo desnudo, la noche anterior. Estrellas que caían, apelotonadas, en racimos desquiciados e hirvientes, perdiéndose en un horizonte donde no dejaban huella. Sí la dejaban sin embargo en el cielo oscuro: arcos descendentes y silenciosos de luminosidad que se diluía como las ondas de una piedra en el agua. Fue un sueño bello, incluso alegre a pesar de ser turbador. Pero despertó, y era medianoche y no había estrellas.

Por la mañana se lo dijo a su mujer; solo consiguió que ella rezongara por su costumbre de despertarse a media noche e irse a asomar a la ventana. Lo dejó estar, pero repitió el intento con los compañeros de trabajo; unos rieron y cambiaron de tema, otros le miraron como a un loco, los más obviaron el tema y se enfrascaron en otras cuestiones o, incluso, se fueron dejándole con la palabra en la boca. No lo entendía, ¿cómo podían estar tan ciegos?, ¿nadie más se había dado cuenta, o es que a nadie le importaba?...No estaba bien, algo había cambiado y no estaba bien.

En los periódicos, ninguna noticia hablaba de aquél portento; nada dijeron los informativos de la radio o la televisión; buscó afanosamente en internet, y solo encontró una referencia en el humilde blog de una joven soñadora, que se lamentaba de dos noches sin estrellas.., y a la que nadie respondía ¿Y los astrónomos?, ¿y los científicos?, ¿nadie hacía caso de algo tan grandioso y tan horrible?...Nadie hacia caso; silencio, y la tercera noche tampoco hubieron estrellas.

Dejó de estar tan obsesionado con el cielo nocturno cuando le obsesionó un nuevo detalle: la desgana, el automatismo tristón con que actuaba todo el mundo. Desaparecieron de museos y películas  las imágenes con estrellas; nadie recordaba qué eran, ni qué significaban. Apenas se oía música en ningún lado, ni conversaciones, ni risas… De lo que sí se quejaban los periódicos era de la significativa quiebra de los locales de ocio, de la repentina bajada de ventas de discos y CD’s de todo tipo de música, del fracaso de obras de teatro, conciertos, eventos culturales… Tampoco eso parecía conmocionar a nadie, más que a los implicados que vivían de ello. Pronto, en unas semanas, quedaron olvidados, desterrados del mundo que interesaba y que consistía en trabajar, comer, subsistir, dormir un sueño sin estrellas.

Él siguió vigilante, con un permanente nudo en el estómago, atisbando cada noche en busca del más mínimo puntito luminoso en el espacio oscuro y agobiante que era ahora el cielo. Nada, nunca nada, más que el puntual engaño de las luces de un avión, cruzando el firmamento que parecía un lienzo mortuorio. Y un miedo creciente empezó a atenazarle a todas horas, haciéndole temblar muchas veces. Temblar y callar.

Semanas, meses, años…Se acostumbró, como todos, contagiado de aquella rutina silenciosa que era vivir. Se acostumbró y se olvidó, como se olvidó colectivamente lo que significaban palabras como risa, alegría, diversión, soñar o…amor. Pasaban muchas cosas que tenían ocupadas y preocupadas todas las mentes: lo duro de la vida, las prisas por llegar a todos lados, los problemas, desgracias y quiebras, enfermedades y malas suertes por doquier. Quejas, protestas, peleas, disputas por intereses de unos y otros… ¡qué más daba que no hubiera estrellas! Ya no se despertaba a media noche y, por tanto, no acudía a su ventana; ni se acordaba de eso.

Una tarde húmeda de otoño, andaba macilento por el malecón del puerto. Miraba al suelo, como de costumbre, pensando en sus propias cuestiones y conflictos. Una figura solitaria le llamó la atención, al fondo del paseo, sentada al borde del mar. Se acercó sin apresurar el paso, aunque su curiosidad crecía cuanto más la observaba. Era una mujer, joven, absorta en un pequeño libro que sujetaba con ambas manos. Él se sentó a su lado, sin atreverse a mirarla en un principio, perdida la vista en la masa de agua gris y la niebla que la iba cubriendo. Esperó unos minutos, antes de mirar con cierta precaución las tapas del libro, girando apenas la cabeza. Era de poesía, otra palabra casi olvidada. Ese dato aumentó su extrañeza; preguntó educada y prudentemente:


-Disculpe, ¿qué está leyendo?-

Ella le miró con ojos sorprendidos, todavía repletos de la reciente lectura.

-Es una poesía… ¿Sabe?, el otro día recordé que las poesías hablaban frecuentemente de lo que yo intentaba recordar…No sabía qué era, pero busqué por casa hasta dar con este libro, y hoy me he atrevido a venir aquí y buscar en él. Y, sí, era cierto…, me ha costado, pero he encontrado lo que buscaba.., ahora sé que existieron, no estoy loca.

-¿Existieron?, ¿de qué se trata?-

-Estrellas, había estrellas; por las noches se veían en el cielo, junto a la Luna, y los enamorados y los felices las miraban…Tampoco sé que es ser eso, pero también ellos están aquí, en la poesía…-

-¡Estrellas!- susurró él, como si fuera algo cargado de reminiscencias que no acababan de atraparle.

Y los dos se quedaron mirando al cielo, buscando ojitos luminosos en la noche que empezaba.

2 comentarios:

Roberto Learsi dijo...

Hace tiempo que no entro a tu maravilloso lugar...
¡¡Que grata sorpresa!!...
Encontrarme con tu cuento, algo dramático, pero...cierto. Ya, casi no hay quien mire a las estrellas, la técnica las ha convertido en simples astros luminosos. Pero, para los poetas, seguirán siendo fuente de inspiración aún que se apaguen. Si esto pudiera ser, las prendería en los ojos de una mujer, y las vería brillar como siempre
Roberto

Lola Romero Gil dijo...

Gracias, Roberto!

Me alegra tu visita y que te guste lo que escribo. Cierto que hace tiempo que no coincidíamos, pero no se te olvida por aquí, palabra.

Para mí, lo de mirar estrellas es una de esas pequeñas cosas que valoramos poco en la vida y, sin embargo, son grandes privilegios de estar vivos.

Espero saber de tí más a menudo, amigo.

Un abrazo.

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