miércoles, 3 de agosto de 2011

El camino del triunfo


Vamos a imaginar una carrera que empieza desde una salida donde todos los participantes están en igualdad de condiciones. Aunque, quizás alguno tenga un tipo de ventaja que los demás desconocen, pero eso es algo que no podemos saber… Los que van a correr se preparan, el público mira y espera, expectante; la carrera va a comenzar…

O, mejor, imaginemos esa carrera en forma de película. El recorrido llegará a más personas, estará plasmado con más medios, la gente vibrará con esos atletas que, de la nada, quieren alzarse con el triunfo que solo conseguirán unos pocos de ellos. Si lo hacemos en retrospectiva, hasta podemos incluir la voz del ganador como narrador, relatando su odisea, sus sentimientos de ese momento y los síntomas de su esfuerzo. Todos podríamos hacernos partícipes de lo que sentía, implicados de la emoción de ese momento y de esa historia. Celebraríamos exaltados su triunfo, porque nos habríamos metido en su piel.

¿Por qué no ocurre esto en la vida real? Estamos hartos de que nos cuenten desgracias pormenorizadas; víctimas o narradores de desastres aparecen por doquier a decirnos que la vida, cuando se tuerce, se tuerce. Y eso es falso; los que se tuercen son nuestros actos, nuestras decisiones. Al menos, el general de las veces.

También hay ganadores de cada carrera; hay gente que triunfa cumpliendo sus sueños, después de luchar por ellos. Hay personas que, después de perderlo casi todo, o de sufrir un golpe del destino tan duro que, a cualquiera de nosotros, le parecería imposible que volvieran a levantarse, se recuperan silenciosamente y vuelven a avanzar. Hay metas, ayudas y milagros. ¿Por qué se acalla al triunfador, después de haber triunfado? ¿Por qué parece que, todos los que disfrutan del éxito, siempre han estado ahí? ¿Por qué no se potencia que expliquen su paso a paso, cómo lo hicieron, qué pensaban, su ánimo y desánimo, para que otros que vienen detrás vean y crean en una carrera similar hacia sus propias metas? Quizás sea porque les han dicho que solo interesa al gran público el momento de su triunfo, porque está considerado, socialmente, que es de mal gusto contar sin pudor lo mucho que se dudó, que se sufrió o que se superó, mientras se trabajaba por ese éxito. El nuevo ídolo no puede “descender” al rango humano, y decir a todos que también pensó en no conseguirlo, pero que ahí está.

Decir: “yo puedo lograrlo, porque Fulano y Zutano lo consiguieron, en mis circunstancias”, es muy importante. Más que pensar: “no lo conseguiré, porque veo de lejos los poquitos que lo consiguen, y no sé cómo lo hicieron”, y sin embargo esto es lo habitual, ante los grandes retos cotidianos, por falta de referentes que seguir.

Utilizar los medios de información para mostrar que, en cualquier campo o aspecto de la vida, hay personas vitales que están luchando de este o aquél modo, o que los recientes triunfadores probaron ésta o aquella táctica y que piensan que esto o aquello les hizo llegar, animaría a los propios protagonistas a sentirse valorados y, a quienes les descubrieran, a seguir en la brecha. Pero, quizás ese sea el quid de la cuestión: algo social, algo establecido, nos frena a dar ejemplo o pedir ayuda. Un tabú tácito e inexplicable que nos invade colectivamente, como si una ley universal y no escrita nos enseñara, nos ordenara, subir y callar- si podemos subir- para que no se anime el que viene detrás. Y, claro, la ascensión en solitario es más dura.

Imaginemos que cada uno de nosotros tiene un sueño; imaginemos que celebramos con los demás nuestros avances, en lugar de tan solo quejarnos al viento cuando algo va mal. Imaginemos que, mientras la vivimos, vamos compartiendo y relatando esa carrera de nuestra vida que puede llevarnos a nuestra meta, por sencilla que sea, por tropiezos que tenga, y dejar pistas para los demás, a la vez que nos nutrimos de sus ánimos y apoyo. Seríamos ganadores doblemente: por nuestro esfuerzo y por haber ayudado a otros.

Pero, en esta extraña, cruel y desequilibrada sociedad nuestra, solo se habla del momento del triunfo, brevemente, para subir después al triunfador al Olimpo de los ganadores y dejarlo ahí, como un trofeo, esperando que se desgaste o se caiga. Si algún soñador va contando su lucha, le llamamos engreído y nos reímos de su pretensión, pensando que es vanidad y que no lo conseguirá. Quizás él necesitaba el empuje colectivo de todos para llegar, quizás torcemos su camino, a la vez que el propio, con nuestra envidia y nuestro descreimiento. Solo coreamos al ganador, porque ya lo es; nunca vemos que podemos correr en paralelo a él, mientras le animamos, y estar llegando con él a alguna meta.

Nos dicen que “está feo” hacer público lo que pretendemos conseguir, nos piden trabajar duro y, además, en silencio. Mientras el provocar nuestra compasión- y nuestro fatalismo- con el triste destino de los que pierden o topan con la desgracia, es considerado algo humanitario y sensible, difundir el camino de un posible triunfador, de un simple soñador, es considerado una prepotencia de locos, risible y casi aburrida, salvo en honrosas excepciones en que la pretensión, por extravagante, puede crear expectación. Está muy bien poder ayudar al que ya ha caído; pero también lo estaría poder mantener el ánimo que desfallece, gracias al avance del otro en una labor similar a la nuestra, seguir desde el principio su ejemplo, su lucha y disfrutar algo más que su premio final. Si eso ocurre en una pantalla, nos parece una gran película; si ocurre en la vida real, lo llamamos fantasmada y hasta sentimos una punzada de rabia, si no se cumple el vaticino de que, el “fantasma”, no acabe derrotado en sus expectativas pretenciosas y, por el contrario, logre conseguir su objetivo.

Tal vez, algo tendría que cambiar en la mentalidad colectiva; quizás, todos tendríamos que empezar a reflexionar en qué es positivo y en qué nos conviene: si animar la lucha real del vecino, o solo irnos al cine, si queremos animarnos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Todos tenemos ganas de triunfo, pero agonico y acosta de los demas es lo que se esta acostubrando ultimamente. Cuando simplemente es un triunfo el levavtarte y tener algo que hacer.
Hasta tu proxima reflesion.
Saludos

Sukulenta dijo...

Como quien dice, lo importante es el camino, no la meta, cada paso es un pequeño triunfo. En el viaje particular a Ítaca, lo de menos es el destino, si no el trayecto. Buen artículo.

Eguskiñe dijo...

Buena reflexión pero creo que hay que dejar un hueco a la esperanza, porque en esa travesía que
es la vida, si extiendes tu mano, seguro que encuentras otra dispuesta a cogerla y ayudarte, el problema es que no estamos acostumbrados a extender la mano y pedir ayuda.
Un beso guapa.

Marmopi dijo...

Por lo general, no nos gusta pedir ayuda cuando la cosa anda jodidamente. Y nos sentimos mal si alguien nos tiende una mano sincera. A veces nos empecinamos en salir de los atolladeros por nosotros mismos. ¿Egoismo? ¿Amor propio? Hasta eso se nos acaba. Y entonces caemos a lo bestia y no podemos levantarnos.

Buena reflexión, que deberíamos aplicarnos cada vez más.

Un beso, reina mora ;-D

Lola Romero Gil dijo...

Como siempre, me alegra ver vuestros comentarios. Dan ganas de ponerse a debatir, y "forear" como tenemos por costumbre la mayoría. Especialmente, es una alegría ver a personas como Egus, con las que hace tanto tiempo que no conversaba.

Y tod@s tenéis razón: hay que ser más humildes, más humanos, y saber pedir, recibir y dar. Pero yo me refería a algo aún más reconfortante: a apreciar los valores de quien tiene un sueño y lucha por conseguirlo. Ultimamente, estoy conociendo gente que empezó a tener éxito pasando los 40 años,incluso los 50, y que han hecho de su "vejez" los mejores años de su vida. ¿No es maravilloso?, pues a simple vista les siguen llamando viejos. Somos criticones, envidiosos y fatalistas; ¡hay que cambiar eso!.

Besos a todos.

Carol dijo...

Tener éxito es un poco subjetivo pues cada quien tiene sus propias prioridades y para lo que uno es un éxito, para otros no significa nada.Cierto es que la tendencia es a mirarse el ombligo propio y cerrar los ojos ante el de los demás...Los valores se pierden a pasos agigantados y la sociedad pide ir deprisa-deprisa...así, como hacer que los valores se arraiguen?.Estos, son como semillas, hay que plantarlas y cuidarlas y eso lleva un tiempo que la sociedad a dia de hoy nos censura...Francamente, es un reto enorme educar hoy en dia y/o permanecer fiel a nuestro interior y valores...

Saludos Lola ;)

Lola Romero Gil dijo...

Hola, 4ever.
Realmente, el éxito es subjetivo, pero es éxito. Yo puedo alegrarme de tu éxito,aunque no lo entienda o no sea el que deseo para mí, porque yo también deseo éxito, mí éxito, y agradezco que se alegren por mí. No hablo de grandes triunfos o altas metas, hablo del éxito de vivir, nada más y nada menos.

Es como en las parejas: no siempre te cae bien el novio de la amiga,pero celebras verla feliz :)

Muchas gracias por leerme;un beso.

Carol dijo...

Quzás he hablado demasiado en global y generalizando muchisimo pero, es lo que pienso en esos términos y tal y como veo a la sociedad que nos ha tocado. Vivir de por si, más que un éxito creo que es una cierta "obligación". Nos dieron vida, pues a vivirla en la medida de nuestras posibilidades. El éxito de vivirla tiene muchas variantes entre ellas el alegrarse de todo y con todo de lo que ocurra a las personas que queremos o que de alguna forma creemos se merecen tener o conseguir lo que desean; aunque creo que quizás eso forme parte de una empatía hacia esas personas.
Sea como fuere, como he leido en opiniones de esta entrada, no es la meta sino el camino del dia a dia.Ayer fué un éxito descubrir tus entradas, te felicito por ellas y me encanta haber encontrado este, tu rincón.

Gracias a tí por lo que transmites ;)

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