viernes, 23 de abril de 2010

QUIZÁS UN ÁNGEL


Esta historia- o una muy parecida- es un pequeño homenaje a álguien que se lo merecía. Me la contaron hace mucho,mucho tiempo.Me he tomado la licencia de cambiar a los personajes por respeto a la intimidad de los protagonistas..., pero debía contarla en un día como hoy, 23 de Abril. Con cariño, para R.R. y su madre.


  JUAN

Había sido buena idea por la mañana, pero ya no lo era tanto. El día empezó soleado, y poner el puesto junto a la boca de Metro garantizaba el paso constante de peatones....Casi todos los despistados se habían detenido, con esa expresión entre el agobio y el alivio de quien enmienda un desliz, a comprar una rosa. Pero, la tarde se fue nublando, y empezó a llover antes de que se encendieran las farolas.
El chaparrón no solo estropeaba las flores, sino que hacía que todo el mundo caminara aprisa, con la mirada baja, o protegidos bajo la mampara de sus paraguas..., imposible vender. Se acabó la festividad de Sant Jordi para él.
Cubrió el cubo donde reposaban, empapadas y sumisas, las rosas encelofanadas, con sus cintas de banderitas. Se protegió como pudo bajo la escueta cazadora, los brazos cubriendo la cabeza cual estrambótica estatua humana de paseo urbano. "¡Joder, qué mala suerte, no me la quito de encima!", pensó, agorero. Rezó al Dios en el que no creía para que parara el chaparrón, para ganar unos euros más, antes de volver a casa, donde una joven esposa y una niña hambrienta le aguardaban esperanzadas. La lluvia arreció.

Alguien se detuvo a su lado, de chiripa reparó primero en los pies pequeños, enfundados en zapatitos negros que la lluvia acharolaba.
"Disculpe, señor"


Él desplegó los brazos para mirar a la dueña de aquella vocecilla dulce, delicada como ala de paloma. Vió unos ojos brillantes como rasgo más atractivo en un rostro redondo, moreno, cuya pequeña boca se perdía entre dos mejillas demasiado rotundas, enmarcadas en una melena azabache y algo mojada bajo la cúpula escasa de un paraguas amarillo chillón.
"Le vi desde la otra "asera", no pude evitar pensar que estaría usted a salvo de la lluvia en el tunel del subterraneo, más que aquí...No es por molestar", dijo la aparición sudamericana, con su meloso entonar las palabras.
Él se quedó mirándola, idiotizado, ¿cómo podía ser tan tonto?, ¿porqué no lo había pensado él mismo?..., fácil: porque allí podía pasar la "pasma" y pedirle los "papeles", y él no quería eso, no quería dar explicaciones nunca más a los "maderos", desde que saliera de la cárcel...Atónito, se quedó mirando a la joven inmigrante. Ella sonrió, y fue como si acabara de encenderse una luz, apareciera un ángel, y el brillante halo del paraguas de ella lo fuera para su cabeza coronada. Empezó a recoger sus bártulos, todavía confuso pero decidido a hacerle caso; ella caminó a su lado hacia las escaleras que descendían a la estación de Metro.

ROSALIN

Sentía arder las mejillas mientras bajaba los escalones poniendo cuidado de no resbalar. El vaho agrio y caliente que emergía del fondo de los túneles no ayudaba a controlar su rubor. Había visto al muchacho de las rosas desde el otro lado de la calle, mientras esperaba el cambio de color del semáforo, y le había parecido una figura patética y atractiva a la vez. ¡Era tan joven!, ¡parecía tan indefenso bajo la lluvia, protegiéndose con los brazos del chaparrón, junto al balde de rosas empapadas!. Estuvo a punto de pasar de largo y descender apresurada al transporte público, confundida entre otra gente anónima y tan cansada como ella; pero no pudo, algo la detuvo y le hizo dirigirse a él, siquiera fuese el sentido común…

Era la primera vez que su atrevimiento la llevaba a tanto; en dos años en el país, jamás se había encontrado hablando tan directamente con un hombre joven y oriundo..,le intimidaban, le hacían sentirse diminuta e inferior, comparada con aquellas muchachas algo más altas, mucho más blancas de piel y muchísimo más desenvueltas que ella, con las que los veía reír o charlar. Y, ahora, estaba aquí, junto a uno de ellos, rubio, alto y de ojos tan claros que le causaban mareo.
Él se paró al pie de las escaleras, distribuyó su carga en el suelo, la miró y sonrió. ¡Qué sonrisa, diosito!, ella no pudo menos que devolvérsela.
“Bueno, pues ha sido buena idea, muchas gracias”, le dijo, mientras se secaba el agua del pelo con las manos. Ella bajó la mirada, azorada, y cuando volvió a alzarla encontró una delgada rosa roja frente a sus ojos.
“Para ti, por ser tan lista”, dijo el hombre, ofreciéndosela. Rosalin alargó una mano algo temblorosa y agarró el tallo, sintiendo que su confusión le nublaba la compostura. “Gracias…, no había motivo”, susurró por ser cortés. Él chasqueó la lengua en un gesto despreocupado.
“Total, a estas horas, no voy a venderlas todas ya”, contestó.
Luego, no sabía muy bien como, ella había echado a andar pasillo adelante, rosa en mano, las piernas aún un poco temblonas tras la turbadora escena.
No fue sino hasta que estuvo en el vagón, embutida entre varias personas, con la rosa contra el pecho como para salvaguardarla de los apretujones, que le asaltó una inquietante reflexión: ¡la patrona de la pensión!, siempre alerta y chismorreando; si la veía llegar con esa rosa, pensaría que había un pretendiente, empezaría a preguntar, lo comentaría con los otros huéspedes…, podía llegar a oídos de Wilson, no le gustaría…No eran novios, pero él la había invitado a salir tres veces ya, ¡y era tan celoso!...Estuvo a punto de soltar la flor al suelo, máxime que con el nerviosismo una espina disimulada se había clavado en su dedo.
Pero entonces reparó en la mujer, la mujer mayor del otro lado del vagón, junto a la puerta y frente a ella. Le asaltó de lejos la tristeza de aquella mujer, la profundidad de sus arrugas, la ternura violentada de su gesto introspectivo. No pudo dejar de mirarla durante un buen rato.

MATILDE

El vaiven del metro la adormecía, pero aún así la opresión en su pecho era muy fuerte. Estaba casi acostumbrada a sentirla, una tenaza obstruyendo su respiración. Eran los recuerdos, la pena constante del último año, no la dejaba en paz. Estaba cansada, muy cansada; se preguntaba cuando reuniría el valor para acabar con todo, para reunirse voluntariamente con su marido muerto…Era cobarde, era débil, debía haberlo hecho meses atrás, cuando la tristeza y el inmenso dolor no le permitían pensar apenas.
Y, en días como hoy, en que todo estaba lleno de significados, los recuerdos volvían con cada imagen cotidiana, y el peso de su pecho crecía como un puño agobiante. Las rosas…,el día de las rosas, del amor, aquella ofrenda sencilla que no había faltado ningún año, ningún día de Sant Jordi, de su Jordi…Él ya no estaba, sesenta años y se había ido, mirándola a los ojos hasta el último suspiro. La había dejado sola, colgada del precipicio de un amor huérfano. La vida no tenía sentido, como no tenía sentido no haber tenido hijos, el fruto esperado de tanto amor, de tanta unión entre ellos dos, por tantos años…
Y, ¡qué tontería!, aquél día lo que echaba de menos era la rosa que hubiera recibido de las manos de él, como todos los años…Era absurdo, pero esa carencia era lo que le estaba dando fuerzas para hacer lo que quería hacer desde que él muriera, morir. Se lanzaría a los rieles, apenas descendiera de aquél tren…Casi no había gente, estaba en el primer vagón, sería fácil, rápido…¡tenía que hacerlo!. Las lágrimas y el miedo pugnaban por escapar, pero los retuvo, apretando los dientes.
Miró su rostro, reflejado oscuramente en el cristal de la puerta automática del tren; le pareció estar viendo un fantasma de sí misma.
Y, de repente, una forma roja, algo que creyó un pequeño corazón por un instante, apareció tras ella en el reflejo; se giró, sorprendida, y vio a una joven bajita y morena, de inmensos ojos negros, ofreciéndole una rosa.
“Tenga usted, señora; mi mamá está muy lejos, me gustaría podérsela dar a ella, pero usted es muy “paresida” a ella, me la recuerda…Haga el favor”.
Matilde agarró la rosa; las lágrimas corrían ya por sus mejillas, pero ella no se daba cuenta, solo era consciente de que estaba sonriendo, y de que sentía mucho amor por aquella desconocida, el amor puro del agradecimiento, de la paz, de la humanidad compasiva . “Gracias”, murmuró, y la joven sudamericana sonrió y se giró para irse. Matilde quiso seguirla con la mirada pero, en un parpadeo, las puertas se habían abierto y la chica morena había desaparecido.
Abrazó la rosa contra su pecho; la opresión había cesado, el corazón palpitaba como loco pero era de una extraña e inmensa alegría. Tenía la seguridad de que, aquél ángel, era un enviado de su marido muerto…,quizás de Dios; había recibido el mensaje apenas vio la flor ante si, apenas miró aquél rostro angelical…Tenía que seguir allí, no sería aquella noche tampoco, porque había esperanza, porque había bondad, porque su ser amado la vigilaba y la protegía…No se despegó de sus labios la sonrisa.

2 comentarios:

Marmopi dijo...

Precioso relato, Atlan!
;-)

Anónimo dijo...

Precioso, si señor...

Un poco menos preciosos los comentarios, pero se ve que no damos para mas...U que estamos agotaos...

Gracias por el relato, Atlant...Me gustó, sí...

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