martes, 4 de mayo de 2010

Al final del día


Acabó la jornada laboral, un día más. Leti, la recepcionista, se desconecta de su auricular, recoge sus cosas y sale del mostrador pensando que “ya casi es de noche, el tonto de Mario no va a querer salir a tomar algo; y yo hartita de estar sentada aquí…,verás, como no entiende que tengo que estirar las piernas y distraerme un poco…Dirá que el sábado, siempre el sábado…,¡es tan aburrido!”.

Se cruza con el señor Gómez, mientras se contonea hacia la salida. Gómez, estirado dentro de su traje gris, saluda a la chica con un ademán, enfila hacia el parquing donde tiene su coche, y piensa en “este asunto del contrato con Gaesa no acaba de cuajar, va a complicarse, seguro. Tendré que ceder en algunos puntos, ¡siempre lo mismo!...y esta acidez de estómago, que me mata…¡asco de vida!”.


Detrás de él salen de un despacho Juan y David; ríen a la vez sobre algo que se están contando, parecen distendidos, pero Juan va pensando que “este siempre con sus gracias, pues no es para tanto; ¡que ganas tengo de quitármelo de encima!”. David afloja la sonrisa mientras camina junto al compañero y medita que “al menos a éste le hacen gracia mis ocurrencias….Si el jefe fuera como él, ya tendría el ascenso…, ¡lo que hay que hacer para triunfar!”.


Salen al exterior, donde el bus colectivo recoge a un grupo de trabajadores de la fábrica; se oyen risas roncas, voces elevadas que gastan bromas…, la mayoría va pensando en los problemas que le esperan en casa y en esa cerveza fría que quiere tomarse para relajar los músculos agarrotados, la presión de la cabeza embotada y dormirse cuanto antes, sin reflexionar en la parte de engranaje que son, en el sueldo escaso.


A sus espaldas, llega corriendo Sergio; sube al transporte en dos zancadas, cuando casi se pone en marcha. En el cubículo oscuro, los obreros van tomando posiciones. El joven avanza hasta el final, y se queda de pie, apoyado contra el ventanal trasero, mientras coloca en sus oídos unos pequeños auriculares y enciende el minúsculo artilugio que lleva la música hasta su cerebro. Sonríe para sí, aislado del entorno.

Suena una canción, extrañamente optimista, de un grupo rockero; algunos pensamientos pugnan por interrumpir su concentración en la música: el futuro inminente de ir a recoger el coche al taller, la preocupación por la enfermedad de su padre, el cansancio por el trabajo…; deja pasar los pensamientos, como nubes, sin detenerse a analizarlos, y sigue sonriendo, inmerso en la música que solo él escucha.


Sergio llega al taller de mecánica; es última hora, van a cerrar. Desea que su vehículo esté arreglado, que la factura no sea muy alta, que el hombre del taller no esté de muy mal humor…Sonríe abiertamente cuando ve al hombre renqueante, de mediana edad, acercarse a él.

-Hola, venía a recoger…-, el tipo le lanza una mirada ladeada, resabida.


-Si, ya sé, me acuerdo de usted. Iba a llamarle,¿sabe?,pero estábamos muy liados aquí y…- dice como a desgana.


-¿Algún problema?- interroga Sergio. Suspira el otro, con aire fatigado.


- Pues es que, son las juntas,¿sabe?; ya le dije que igual habría que cambiarlas, y aún no he podido ponerme a ello…Si me lo deja otro día, mañana estarán.-

Espera el hombre con el ceño fruncido, la mirada desafiante, el estallido indignado del cliente. Sergio vuelve a sonreír; dice, despreocupadamente:


-Entonces, mañana será. Gracias por su atención, es mejor ir sobre seguro,¿verdad?-

Las facciones del hombre se relajan, mientras una mezcla de sorpresa y alivio le arrancan el mal humor como una sombra que se aleja; devuelve la franca sonrisa, limpia su manaza en el pantalón y se la alarga a Sergio.


-Mañana sin falta, si señor. Y no se preocupe, que le haré un precio “arreglao”, entre currantes tenemos que ayudarnos, ¿no le parece?- dice, de repente jocoso y amigable.


Sergio sale a la noche de la calle, se para junto a un escaparate iluminado para marcar un número en su teléfono móvil, espera a oír una voz familiar.

- Hola, papá, ¿cómo estás?.- Ya no sonríe, una leve ansiedad le cambia la cara, escucha con atención. Luego, responde con tono alegre.
-Bueno,¿ves como estás mejor?, lo que tienes que hacer es no obsesionarte tanto, haz caso de mamá; ¡si ella lo hace por tu bien, lo de la dieta y tus medicinas!...- Ríe ante la respuesta, promete llamar mañana, comenta dos cosas más y cierra el aparato, guardándolo en su bolsillo mientras deja ir un suspiro resignado y reinicia la marcha.

Cerca de su portal, una pareja discute, un chico grita a una chica que van a ir a casa de sus amigos, ella se resiste, contesta a media voz, con gesto temeroso, que ella quiere irse a casa. Hace ademán de marcharse, y él la agarra bruscamente del brazo.


-¿No me has oído?, tú te vienes donde yo te diga…-le suelta a un centímetro de la cara, amenazante el tono.
Sergio pasa delante de ellos en ese instante, se detiene, pone una mano firme pero sin rudeza sobre la del joven que sujeta a la chica.


-Venga tío, ¿el que no oye eres tú?, te ha dicho que no le apetece-


El chaval suelta la presa, pero se gira hacia él. Adelanta el pecho, fanfarrón, indignado.

-¿Y tú que quieres?, ¿quién te dice que te metas en ésto,”gili”?- grita.


Sergio mira a la chica; le dice, tranquilamente:


-Anda, vete a casa, y piénsate si sigues viendo a éste amigo, parece que no coincidís mucho-

Ella le mira con los ojos muy abiertos, entre asustada, sorprendida, y halagada por su intrépido e inesperado mediador. Sonríe temblorosamente, se da la vuelta, y corre para cruzar la calle, mientras los dos hombres se miran cara a cara; uno resoplando agitadamente de furia y frustración, el otro sonriendo sin sorna.


- Oye, no te cabrees, la chica no estaba por la labor, hay que ser caballeros, tío. Mañana la llamas, te disculpas, y verás como va mejor la cosa….Tranquilo, de verdad …


Vacila el otro entre el inflamado orgullo y el efecto de las pacíficas palabras; mira fijamente a Sergio, abandona el aíre chulesco y dispuesto a la pelea y mete las manos nerviosas en los bolsillos.


-Vale, hoy te libras…, pero no vayas provocando, tio, no vayas provocando- dice a media voz, mientras agacha la cabeza y se va en dirección contraria a la chica.


Sergio llega a su apartamento. Las luces están encendidas, la mesa preparada para la cena, y un apetitoso olor inunda la vivienda. Él vuelve a sonreír, anuncia:


- ¡Gisela, cariño, ya he llegado!-

Mientras cierra la puerta a su espalda le llega un sonido metálico desde la cocina, surge una silla de ruedas y una chica hermosa y sonriente sentada en ella. Le alarga los brazos y él se funde en su abrazo, arrodillado a su altura; es un gesto familiar y reconfortante, hunde la nariz en la fragancia del pelo de la joven, huele a champú de fresa, juventud y sofrito.

-¿Ha sido un buen día?- pregunta Gisela a su oído.

-Muy bueno, cariño, muy bueno.- responde él.

3 comentarios:

Marmopi dijo...

Da gusto encontrar un personaje así... buen carácter, cariño, que por mal que le haya ido el día, sabe disimular su malestar y poner su lado bueno y su sonrisa. Deberíamos aprender de él todos :-D. Sería de lo más enriquecedor para nosotros y muy de agradecer por los que nos rodean

Pedro Bonache dijo...

Heyyyy Lola..., esta vez no he adivinado tu final, ni siquiera lo he intuido, eso quiere decir que has ido ligando histiras una tras otra, desarrollandolas y dandoles un final, relato tras relato hasta este desenlace tan cálido y acogedor como la actitud de Sergio ante la vida.
Me ha gustado mucho..., voz que susurra desde la cultura bajo las aguas.

Lola Romero Gil dijo...

Gracias a los dos,Marmo y Bici-hombre.

Yo también envidio a Sergio,aunque sea algo así como "su madre"...,por algo lo he creado yo :)

Mantener la mente callada y alerta y dejar salir la calidez del alma no es nada fácil,pero me consta que YA hay gente capaz de vivir así...Ojalá seamos más,dentro de poco.

Un abrazo.

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